Causa y efecto | Relato |

Causa y efecto

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Imagen original de pixabay | sluehr3g

   

    Mauricio, sentado en su sillón favorito, comenzaba a impacientarse por esperar. Alzó el brazo y vio la hora en su reloj. «30 minutos tarde, Pablo. ¿Por qué nunca llegas a tiempo?» dijo en su mente. De pronto escuchó el golpeteó: toc, toc. Por fin su invitado se presentaba.

    —¡Adelante! —gritó con su gruesa voz.

    —Mauricio —le saludó el recién llegado, y ambos se dieron un abrazo.

    —Mi amigo —expresó el anfitrión —. ¿Cómo te ha tratado la vida en estos años, Pablo?

    —Mejor que a ti, la vejez te ha dejado más feo que nunca —respondió entre risas —. ¿Dónde está Marta, ah?

    —Salió, salió... estará con sus amigas, supongo —comentó, riendo también.

    Ambos charlaron y recordaron los buenos momentos de la adolescencia, el comienzo de la adultez y cada juerga hasta la última vez que se vieron en persona hasta que Pablo tuvo que mudarse fuera del país por trabajo. Hasta ahora, todo había sido risas y nostalgia.

    —No sabes lo contento que me puse cuando me enteré de que regresarías —mencionó Mauricio. Algo en la forma de decirlo extrañó un poco a Pablo.

    —Claro, necesitabas de alguien que te recordara lo pésimo que eres en el ajedrez —replicó Pablo por su parte, tratando de recobrar el momento de risas.

    —Pablo, necesito que vengas conmigo a la cocina —le invitó, señalándole la puerta que llevaba a la cocina —. Tienes que ver esto.

    Pablo, aunque extrañado, no rechazó la invitación, se levantó y caminó junto a Mauricio por el pasillo, hacia la cocina. «Seguro me preparó una broma pesada el desgraciado» pensó, convencido de que no sería nada realmente importante.

    La habitación era una cocina promedio: comedor, horno, microondas, lavaplatos y diferentes gavetas. Sin embargo toda la cerámica del piso estaba removida y el polvillo que desprende al despegarse del suelo aún pululaba en el lugar.

    —Acércate —dijo Mauricio, señalando con la mano un zanja al final del lugar.

    Pablo lo hizo y alcanzó a distinguir dos cuerpos humanos. Un golpe en la cabeza y un posterior empujón lo tumbaron en el agujero, que tenía al rededor de un par de metros de profundidad.

    Desorientado, abrió los ojos de golpe al darse cuenta de quién era uno de los cuerpos en el lugar, «maldita sea, Marta».

    —¡Mauricio! —gritó, adolorido y confundido — ¿Qué carajo es esto? ¡¿Mataste a tu esposa?!

    —Sí, mi amigo —respondió Mauricio, recargado en una pala y sosteniendo una escopeta —. Maté a Marco también —afirmó, con el rostro serio y la mirada nublada.

    —¿Qué? —con lágrimas en los ojos, Pablo, que estaba tirado boca arriba, alzó la vista y divisó el segundo cuerpo: en efecto era el hijo de la pareja. Nunca lo conoció en persona, más sí en fotos; el adolescente tenía 15 años, alcanzó a recordar Mauricio —. Bastardo —masculló —. ¿Qué clase de monstruo eres? ¡Era tu hijo!

    —Esa es la cuestión, querido Pablo. ¿Sabes? Marta me contó lo que tú y ella hacían a mis espaldas. Shhhhh, no intentes decir que no, ya estoy lo suficientemente encabronado. Hace unos meses lo confesó; bueh, iba a perdonarla, oh claro que sí. Al fin y al cabo, desde niños siempre fue el amor de mi vida, eso tú lo sabes muy bien.

    »Las primeras semanas intentamos sobrellevarlo, sin embargo había algo que no salía de mi mente, una espinita que tenía que sacarme... ¿Hace cuántos años te fuiste? ¿15, verdad? «Marco tiene 15 también» repetía una y otra vez dentro de mí, así que hice lo que todo hombre cuerdo haría: una prueba de ADN. ¡¿Cuál crees que fue el maldito resultado de la maldita prueba? —exclamó, furioso.

    —Mauricio... yo... no lo sabía... yo —balbuceó a punto de reventar en llanto como un niño —... lo... lo lam... —el proyectil de la escopeta impactó en su cara, acabando con su vida al instante. gotas de sangre y pequeños trozos de cerebro mancharon el suelo por sobre el hoyo y algunas gavetas.

    —No... yo lo lamento, Pablo. Lamento que tú y Marta sean dos putos traidores, lamento que no hubieras mantenido tus pantalones puestos frente a mi esposa y lamento que este tramo de mi vida haya sido una completa mentira. Me las tenían que pagar, esa es la ley de causa y efecto, tú solo recibiste la consecuencia de tus pecados... luego yo recibiré mía.

    El resto del día Mauricio lo pasó rellenando la zanja con cemento y montando una cerámica nueva. Cuando terminó volvió a sentarse en su sillón favorito.

XXX

   

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