El Suegro de un Marinero // Continúa... la historia (Cuento)

El Suegro de un Marinero

img_0.35680508848239384.jpg

—¿Crees que es gracioso? —preguntó furioso, sacudiendo los brazos. No era la primera vez que caía en un charco de lodo, así que sabía exactamente lo que significaba tener que limpiar el desastre.
—Debes reconocer que es cómico verte, con el rostro sucio y tu ridículo traje de marinero manchado con fango.

Lo fulminó con la mirada al escucharlo. El arroyo más cercano estaba a varios kilómetros de distancia, además perdería tiempo valioso esperando a que su ropa se seque después de lavarla. Su futuro suegro era muy estricto con la puntualidad y más aún con la limpieza. No pudo contener su frustración, se agachó lentamente y recogió una gran bola de lodo que luego lanzó directo a la boca de su cuñado, mientras este, desprevenido, se reía a carcajadas…

“Vamos, Manuel, quítate la ropa”.

“¿Qué, cómo…, qué dices…?”

“Quién tiene que estar limpio soy yo, no tú”.

“Pero Darío, que cosas se te ocurren. Yo no soy el torpe que se cae cada vez que pisa el barro”.

“Entiende, Manuel. Esta boda tiene que darse. El viejo no me va a bendecir si me conoce con un traje que parece de arrastrado”.

“Bueno, no sé si valga la pena tanto sacrificio por unos reales”.

Darío se dio cuenta de la insinuación. Ya tuvo bastante con soportar las burlas de su amigo. Sí, Manuel era su mejor amigo desde se conocieron en la escuela.

“Darío, es que no te entiendo. Cómo te vas a casar con Fernanda, si es horripilante”.

“No me importa. Como marinero, me moriré de hambre si no consigo la fortuna del viejo”."

“No sé cómo haces para besar a ese bagre. No quisiera estar en tus zapatos la noche de tu boda”.

“¡Bah! Bastante caña habrá en la fiesta. Cuando esté bien borracho, ya veré qué hago”.

“De todas maneras, yo, ni borracho”.

“No me imagino qué vio mi hermana para casarse contigo, Manuelito. Tampoco es que tú seas una joya”.

“Lo que pasa es que tú no has visto el tamaño de mis “joyas” de la familia”.

Los dos se desternillaron de la risa, acostumbrados a hacerse bromas entre ellos.

Una vez que intercambiaron sus ropas, se presentaron a la casa del futuro suegro, puntuales y optimistas.

“Qué demonios le pasó a usted, jovencito”, dijo Don García, el futuro suegro de Darío, al ver a Manuel cubierto de lodo.

“Es que tropecé y…”

“Usted así no me entra en mi casa. ¡Se me larga ya!”

Manuel tuvo que poner pies en polvorosa, antes de que un par de fornidos guardaespaldas le fueran a mostrar la salida.

“En cambio, usted”, le dijo dirigiéndose a Darío, “está bonito, bien bonito el condenado”.

Los guardaespaldas de Don García, le llevaron a un amplio salón, donde lo sentaron en un sillón.

El lujo era increíble, se mostraba que el dinero brotaba a borbotones de los bolsillos del viejo.

Fernanda hizo su aparición. Sin disimular su amor hacia Darío, le plantó un sonoro beso en la boca. Al sentir la humedad del beso de su prometida en los labios, a Darío le provocó lijárselos con ácido de batería.

“No sé cómo diablos voy a soportar a Fernanda”, pensó Darío. “Además de fea, le hiede la jeta. ¡Qué Dios, me agarre confesado! Todo sea por el dinero”.

“Mire, jovencito”, le dijo Don García. “Escúchame bien…”. Luego, le dijo a su hija, “Déjame a solas con tu prometido, tengo cosas que hablar con él”.

Estando solos, Darío estuvo a punto de sentir un desmayo, la influencia del viejo era terrible.

“Míreme bien jovencito, escúcheme, que se lo diré solo una vez”.

Después de beber una copa de licor en un solo trago, clavándole la mirada a Darío, continuó. “Yo sé que es imposible que exista un hombre que le guste a mi hija. Es más fea que un buitre con sarna, así que lo que queda pensar es que usted se quiere apropiar de mi fortuna”.

“Pe-pero Don García, como va a pensar semejante cosa”.

“Sin mentiras, jovencito. Ya sabes, que si la haces sufrir, te las corto de un solo tajo”.

En ese momento, deseó haberle hecho caso a Manuel; casarse con Fernanda era muy arriesgado.

“Otra condición es que quiero nietos, muchos nietos. Mi deseo es que Fernanda tenga barriga de preñada todos años, mientras aguante”.

Don García hizo una pausa, se sirvió otro trago, pudiendo notar cómo Darío se derrumbaba de los nervios.

“¿Y si no sale preñada?”

Don García petrificó su rostro, al mismo tiempo que le amenazaba con su dedo, "Te lo dije, si no sale preñada, te las corto”.

Luego añadió, “Si pasa un año que no me salga un nietecito…¡Zas! Ya sabes, te las corto”.

Don García se inclinó hacia Darío antes de continuar, “Además, pondré en mi testamento, que sólo podrás recibir mi herencia si llego a contar con una camada de diez carricitos”.

“¿Di-diez, Don García?”

“Es lo mínimo”.

“Con su permiso, Don García, creo que debo ir al baño”.

Para hacer el cuento corto, esa fue la última vez que vieron a Darío en esa casa. Lo único que dejó fue la ventana del baño abierta. Cuenta la leyenda que corrió hasta el muelle más cercano, embarcándose en los mares que le llevarían para siempre a otro continente.

Tommy Ed.

img_0.38422714501914146.jpg

Imagen 1
Imagen 2

Invito a participar en este concurso a:
@leanpoqui
@simonmaz

Esta es mi participación en el concurso de “Continua… la historia 19 de marzo de 2022”.

El texto en negritas es el suministrado para darle continuidad.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now