Leonardo era un sacerdote católico que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un bosque inmenso. Su vida era tranquila y dedicada a Dios, hasta que conoció a la hija de un poderoso comerciante que se había instalado recientemente en la zona.

Lucía era una joven hermosa y dulce, que asistía a la iglesia todos los domingos y se sentaba en la primera fila, donde Leonardo podía verla con claridad.

Desde el primer momento, Leonardo sintió una atracción irresistible por Lucía, que se fue convirtiendo en amor con el paso de los días. Sabía que era un pecado, que estaba traicionando su vocación y su fe, pero no podía evitarlo. Lucía también se enamoró de él, y pronto empezaron a verse a escondidas, aprovechando las horas en que el padre de ella salía de viaje por negocios.

El padre de Lucía era un hombre ambicioso y cruel, que había hecho una fortuna a base de engaños y violencia. Se decía que tenía pactos con brujas y demonios. Nadie se atrevía a enfrentarse a él, ni siquiera el alcalde o el jefe de la policía. Su única debilidad era su hija, a la que quería con locura.

Una noche de Halloween, Leonardo y Lucía decidieron escaparse juntos. Habían preparado una maleta con lo necesario, tomaron un carruaje y lo escondieron en el bosque a la salida del pueblo. Debían encontrarse avanzada la noche donde nadie los vería. Sin embargo, cuando Leonardo llegó al lugar, se encontró con una escena horrible: el carruaje estaba volcado, los caballos estaban muertos y Lucía no estaba.

Leonardo buscó desesperadamente a Lucía por el bosque, llamándola por su nombre. Pero no obtuvo respuesta. Solo escuchó el ulular de los búhos, el crujir de las ramas y un peculiar aullido de un lobo. El miedo se apoderó de él. Pensó que tal vez el padre de Lucía los había descubierto. O peor aún, que estaba siendo castigado por enamorarse.

Leonardo siguió buscando hasta que llegó a un inmenso árbol con las características de una cabaña abandonada. La puerta estaba entreabierta y había una luz tenue en el interior.

Leonardo entró con cautela, esperando encontrar alguna pista o algún rastro de Lucía. Pero lo que encontró fue algo mucho más terrible: Lucía estaba colgada del techo por una soga, con los ojos abiertos y la boca ensangrentada. Cerca de una ventana estaba el padre de ella, sentado en una silla, con una vela encendida y un libro negro en las manos.

Leonardo se quedó paralizado ante la escena macabra. No podía creer lo que veía. Sintió una ira incontrolable y se lanzó sobre el comerciante, dispuesto a hacerle pagar por su crimen.

Pero antes de que pudiera alcanzarlo, el comerciante levantó la vista y lo miró con una sonrisa malvada. Y dijo unas palabras en un idioma desconocido e inhumano. Entonces, Leonardo sintió un dolor agudo en el pecho y cayó al suelo. El comerciante se levantó y se acercó a él diciéndole que había llegado justo a tiempo para presenciar su triunfo. El comerciante había cumplido el pacto con el diablo.

Leonardo no podía hablar ni moverse. Solo podía escuchar las palabras del comerciante con horror.

El pacto se había hecho veinte años atrás, cuando nació Lucía. Le ofreció al diablo su alma y la de su hija a cambio de todo lo que tenía y por mucho más. La única condición era que Lucia debía morir virgen la noche de Halloween antes de cumplir los veintiún años. Y debía hacerlo en ese justo lugar, donde se encuentra la entrada al infierno.

Leonardo recordó que esa noche era el cumpleaños de Lucía. Y que ella le había dicho que quería celebrarlo con él.

El comerciante siguió su declaración y le agregó que el pacto fue modificado a última hora y que se había impuesto otro requerimiento. La muerte de Lucia debía tener un testigo y ese testigo debía ser un sacerdote.

Leonardo sintió un odio profundo hacia el comerciante. Un odio que no cabía en su corazón. Se dio cuenta de que el comerciante sabía todo lo de ella y él.

—Eres culpable de tu destino por ser un pecador. —explicó el comerciante.

En ese momento, se oyó un trueno y una risa siniestra. La atmosfera parecía arder. De la tierra surgió una figura roja con ojos de fuego y cola de serpiente. Era el diablo, que venía a reclamar su botín.

El diablo le entregó al comerciante una bolsa mayúscula llena de oro y joyas, y luego se dirigió a Leonardo expresando con voz de trueno:

—Tu castigo será arder en el infierno.

El diablo agarró a Leonardo por el cuello y lo arrastró hacia el infierno, mientras él gritaba y se retorcía. El comerciante se quedó solo en la cabaña. No le importaba haber perdido a su hija. No le importaba haber traicionado a Dios. Solo le importaba su riqueza y su poder.

Pero pronto se dio cuenta de que había cometido un error fatal. Al abrir la bolsa que le había dado el diablo, vio que no contenía oro ni joyas, sino cenizas y huesos. Y al mirar su mano, vio que tenía una marca en forma de pentagrama, que le quemaba la piel. Era la marca del diablo, que le recordaba que su alma ya no le pertenecía.