Relato: Mina y Elias

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Fuente de la imagen: Pexels

Cuando Minawinner Fairchild vio a Elias Johnson descender del carromato a las puertas de Whitering Falls en una mañana de otoño de 1880, supuso que habría problemas.

Ese día era la boda de Charlotte Dubois con su tío, Alfred Fairchild. La familia optó por celebrar el enlace en la intimidad de la residencia de su abuelo, sir Robert Fairchild, sin más invitados que la familia y los amigos cercanos de la pareja. Iba a ser un día feliz, un día perfecto; nada debía arruinarlo.

O al menos eso fue lo que Mina, su hermano mellizo Uncas, Joe Fraser y Benton Johnson pensaban hasta que vieron a Elias bajarse del carruaje con aires de indignación.

"Ese idiota...", murmuró Joe con un bufido sarcástico. "Creo que tu hermano se indignó de que papi esté enojado con él nuevamente".

"No creí que le haya afectado el divorcio de mi padre", replicó el joven con extrañeza.

Sin decir nada, Mina se apartó de la ventana y se dirigió a la entrada de la casa. En su camino se topó con Ellis, mayordomo de la casa, y le explicó detalladamente sobre la visita. El hombre frunció el ceño ante la sola mención de Elias, pero obedeció a las instrucciones de Mina de guiarlo al recibidor matutino, en donde ella lo esperaría.

A Uncas y sus amigos no les agradaba la idea de dejar a Mina sola con semejante personaje, pero debía confiar en las habilidades diplomáticas de su hermana para disuadirlo. Sin embargo, él y Joe montarían guardia por si la cosa se ponía al rojo vivo mientras que Benton iba a avisar a los demás sobre su presencia.

Elias contempló, maravillado, la fachada de Whitering Falls. De arquitectura georgiana, con sus columnas rosáceas y sus lustrosos ventanales que le daban un aspecto reciente, aunque su construcción fuese del siglo pasado. Y mucho más maravillado quedó cuando contempló con sus propios ojos el lujo sobrio de sus paredes al entrar en el lugar.

Elias decidió que la casa de su padre era una insignificancia vulgar al lado de la exquisitez que adornaba cada rincón. Las pinturas de paisajes eran coloridas y rebosantes de vida. Las esculturas de mármol y el color durazno de sus paredes parecían amalgamarse en un solo ente. Austero y sencillo pero a la vez lujoso, sin necesidad de tantos trofeos, espejos y otras extravagancias.

Cuando entró al recibidor matutino, se sorprendió. Mina estaba sentada en el sofá. Y a juzgar por la mirada indiferente, diría que le había visto llegar.

"Buenos días, señorita Mina", dijo con solemnidad.

"Señor Johnson", replicó la joven. "Por favor, sea tan amable de tomar asiento".

"Dispense si me niego. Vine aq-".

"Sé a lo que ha venido. Por favor, siéntese y discutamos esto", le cortó la joven con un tono severo.

Elias, estupefacto ante la dureza de sus palabras, no tuvo más remedio que obedecerle. Acomodándose en una silla que estaba frente al sofá, el joven le dijo: "Supongo que está al tanto del divorcio de mi padre".

"Sí, lo sé. Sin embargo, señor Johnson, llega usted tarde. La boda se ha celebrado; la señora Dubois ya es legalmente una Fairchild. Usted no tiene nada qué hacer aquí".

"Tiene razón. No tengo nada qué hacer aquí, y sinceramente no quiero estar aquí porque sé que no gozo de la estima de su familia. Sin embargo, estoy aquí porque ella tuvo el descaro de invitarnos a su boda un mes después de divorciarse de mi padre".

"¿Descaro? Yo diría más bien un movimiento peligroso, pero nada más, señor Johnson. Además, pudo haber ignorado la invitación y ya. No habría pasado nada".

"Mi padre no lo ve así. Para él fue muy humillante el verse divorciado a los dos meses de haber contraído matrimonio con ella. Además, nos culpa a mí y a mi hermana de su fracaso, y a mi hermano Benton le piensa dejar toda su fortuna".

"¿Y no cree usted que realmente sí fue su culpa, señor Johnson? Usted y su hermana se comportan de una forma demasiado desagradable con los demás, sin importar condición social ni situación. Eso, señor, es signo de qué tan mimados han sido por él y por su difunta madre".

"¿Mimados? ¡Ja! Pienso eso mismo de sus coterráneos, cosa curiosa".

"No lo niego, señor Johnson", replicó Mina con una sonrisa. "Y es irónico que eso no solo se dé en Estados Unidos o en Inglaterra. Se da en todo el mundo. Gente que es demasiado intolerante al fracaso hasta el punto de ofenderse por una nadería... Como mi rechazo a su petición de matrimonio, por ejemplo, o el hecho de que entre los burgueses ustedes sean vistos más vulgares que los habitantes de Whitechapel".

Elias se levantó bruscamente, indignado ante tan insultante comparación. Mina, con tranquilidad, hizo lo mismo y, con franqueza, concluyó: "Lamento que su padre se haya divorciado de mi tía, aunque debe reconocer que el error fue de él más que el de ella. Sin embargo, lo hecho, hecho está. Ahora, si me disculpa, debo ir a un banquete y usted debe regresar a su país".

Mina pasó junto a él, ignorándolo por completo. Sin embargo, Elias lo detuvo al tomarla de la muñeca y obligarla a mirarle.

"No soy un hombre vulgar, Mina. Ni yo ni mi hermana".

"Pruébalo. Asume la responsabilidad de tus actos como hombre y como persona. No te escondas en la sombra de tu padre como un cobarde", replicó la joven mientras se zafaba de su agarre y se marchaba del recibidor, dejando a Elias con el ceño fruncido.



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