Reencuentro


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Hace algún tiempo lo vi cabizbajo, pensativo. No me atreví a preguntarle qué sucedía entonces.

Es particularmente sensitivo y, cuando algo le afecta, basta una pregunta para estallar en lágrimas. Supe que estaba herido, terriblemente solo y hundido.

Con el paso de los días, su mirada adolorida se fue transformando. Poco a poco sus párpados ya no estaban entre cerrados.

Se le vio atento, alerta y un pequeño brillo comenzó a reflejarse en sus pupilas.

Ayer volví a verlo, mostraba serenidad, seguridad.

Me dijo que había encontrado un motivo para luchar, una fuerza que movía sus pasos, un camino solitario, pero propio. También me contó del proceso que dio lugar a ese cambio.

Miró sus manos y descubrió que servían de algo para sí mismo y no para los demás.

Se observó en el espejo, centímetro a centímetro y pudo advertir que era un ser completo, independiente y, además, libre.

Lo más relevante fue poner al descubierto su alma, conocer el porqué la tenia siempre suspendida de una hebra ajena.

Cortó las amarras y buscó un espacio que solo a él le pertenece.

Al fin respiró hondo.

Ayer supe que había alcanzado la paz, descubriéndose y dándose el derecho y el deber de ser feliz con lo que tiene.

Ayer supe de él y de mi, de ambos, que somos uno solo y nadie podrá separarnos ya ni hacer que dependamos de caminos diferentes.

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