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El gordo de la tercera fila


Fuente

 

El gordo existía y estaba ubicado en la tercera fila. La entrada del pueblo tenía una primera fila de casas con faroles rojos seguida por una segunda fila y luego la tercera fila hasta llegar a la plaza principal llamada Madrid y conocida también como la plaza de los faroles rojos. No pude averiguar quién era ese tipo gordo parado en la tercera fila. Todo esto parecía un simple sueño.

Seguí mi camino por la calle principal. Allí se juntaban apiñadas las casas de los faroles rojos. Tenían grandes avisos derruidos con ilustraciones atractivas para los clientes: el negocio más antiguo era una carnicería de un portugués ubicado al lado del consultorio de un ginecólogo. Aunque no estaba ni el portugués ni el ginecólogo. No había ningún cliente; hace muchos años nadie tenía el placer de visitar al pueblo.

La plaza era un lugar de exposición de ornatos antiguos relacionados con mujeres que habitaron el pueblo y con el tipo gordo de la tercera fila. Tal vez, el gordo, era el dueño de los puestos de ventas y las deshabitadas casas comerciales abandonadas.

El pueblo estuvo habitado por mujeres bonitas. Hacían concursos para elegir reinas de belleza que eran un atractivo turístico; además, hacían desfiles de hermosas reinas que caminaban en trajes de baño por pasarelas y salían en la televisión. Era un espectáculo social con muchos televidentes. Ahora es un pueblo desolado.

Antes que el pueblo quedara abandonado, los alegres turistas visitaban la plaza y las casas con sus mujeres y sus desfiles artísticos. El comercio ornamental era para ellas y para el gordo de la tercera fila. Era un pueblo donde se preparaban a las mujeres como artistas para el modelaje y para elegir reinas del pueblo que sirvieran a los eventos del “Mis mundo” y el “Mis universo”.

El cementerio quedaba ubicado en una de las esquinas diagonal a la plaza y dejaba la impresión que todos sus pobladores estaban muertos: eran más las tumbas y cruces con nombres de mujeres. El único que parecía vivo era el gordo de la tercera fila.

Ese gordo corrió la versión que en el pueblo no habían niños, ni hombres, ni mujeres, desde el día que apareció una virgen al lado de la quebrada; el gordo la llamó: La Virgen de los Desaparecidos. Por eso, era la única virgen que no tenía devotos, nadie le llevaba flores ni velas. Excepto el gordo de la tercera fila.

Fui hasta el templo y estaba cerrado. Me acerco y pregunto por la hora que la abren y nadie responde. Parecía que la plaza y las casas tenían años sin abrir las puertas.
El pueblo tenía las calles despobladas y las casas ruinosas con puertas abiertas y vacías. Sin mujeres, niños, ni hombres; sin gente.

Caminé por una de las calles. Buscaba la salida. Crucé y caminé rápido por la primera fila de casas. Atravesé rápido la segunda fila, hasta llegar a la tercera. Esta era la última fila de casas: era la misteriosa tercera fila de casas, y además, era la salida. Allí estaba ese tipo, el gordo, el posible inventor que le dio existencia al pueblo desolado.

Quería salir lo más pronto posible. Fue cuando le pregunté al mismo gordo de la tercera fila si yo iba por el camino correcto. Me respondió que sí.

Caminé unos pasos hacia adelante y volví a mirar al gordo pero ya no estaba.

Apreté la marcha para salir más rápido. Cuando volví a mirar hacia atrás, no estaban las calles, las casas, ni el pueblo. Ni siquiera la virgen de los desaparecidos.
Solamente estaba la salida donde colgaba un cartel grande con un

pensamiento de WOODY ALLEN que decía:

«Y si nada existe y estamos todos en el sueño de alguien? O peor, y si solo existe el tipo gordo de la tercera fila».

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