La casa natal como escenario de mi novela

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La ruralidad, mi infancia, la biografía de un niño que nace en la humildad campesina y que luego, veinte años después, se convertirá en escritor, la rebeldía, la familia, el apego, la nostalgia, son los pilares de mi primera novela.

Hace unos días publiqué un post con el capítulo introductorio. Hoy regreso sobre otros fragmentos. Mientras escribo,les comparto el proceso.
Estoy abierto a sus comentarios y sugerencias.
Esta vez acompaño la publicación con fotos tomadas en esa casa-escenario. Instantes de una casa que resiste a todo, al tiempo, a los huracanes, al olvido...

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"No te duermas"


A las cinco de la mañana, los calderos de mi abuela llueven sobre el piso de cemento pulido. Caen y hacen un ruido escandaloso. A eso le acompaña la ristra de groserías de mi abuelo desde el comedor.

Despierto.

Estoy vivo.

Algo falló.

Al costado de la cama las hormigas devoran a la rana aplastada por la escoba.

Me tiro de la cama y camino descalzo por la casa. Tengo que morir antes del mediodía. Ayer mi madre me cortó las uñas y ahora me cuesta caminar. Las uñas se me resienten. Mi abuela me abraza y me alcanza un jarrito de leche caliente.

-Este es el último jarrito que te preparo. Mañana sabrá Dios lo que te dan en esa beca.- Me dice, y una lágrima mía cae sobre la nata de la leche.

Mi abuelo me mira, no me da un beso ni me abraza. Cualquier otra mañana yo pensaría que puede regañarme, que puede decirme desde vago hasta maricón, pero no esta mañana. Hoy me mira y muy adentro reconozco la tristeza, la nostalgia !qué se yo!
Pone la mano sobre mi cabeza. Yo esquivo, cualquier otra mañana me hubiera dado un cocotazo, pero hoy solo me pasa la mano por el pelo. Y me dice:
-“Cejijunto.”

Cualquier otro día ese “Cejijunto” me hubiera llenado de rabia. Mi abuelo sabe cuánto me mortifica que mis cejas se junten en el medio. Pero hoy no. Hoy solo me llevo el dedito flaco hasta los pelitos encima de la nariz y los muevo.

-Estás cambiando de pollo pa gallo.

Verdugo entra y me acaricia. Yo también lo acaricio. Le paso la mano y toco el camino de garrapatas. Le quito una y la guardo en el bolsillo del chorcito de dormir. Ideo el plan al instante. Si no logro morir antes de las doce, al menos, puedo enfermar, o quedarme lisiado para siempre. Si esta garrapata me muerde, habrá infección y gusanos. Al primo de Rita, la vecina, una garrapata se le enquistó en el ombligo y tuvieron que operarlo de urgencias. Por poco se muere. Ahora no puede hacer una pila de cosas en el campo. No puede cargar los sacos de arroz, ni guataquear, de seguro tampoco pueda subirse a las guaguas Girón.

Así que, garrapata en mano, me fui hasta el cuarto de los regueros, la puse en el agujero de mi ombligo y la tapé con el dedo.

Mi madre irrumpió por la puerta del patio con una gallina criolla agarrada por las patas, un jabuco con galletas de sal y barras de guayaba. La sentí llegar por su: “!AY! Estoy reventá”. Quisiera salir y besarla como todas las mañanas, pero hoy quiero que se note mi ausencia.

Cualquier otro día, esas mismas galletas, esa misma guayaba servirían para desayunar. Cualquier otro día, yo estaría con la barriga pimpa de galletas, guayaba y leche y me pondría a leer acostado en la cama con las patas para arriba. Leería unas dos o tres páginas y daría una vuelta a la cocina donde mi madre despluma la gallina mientras le cuenta a mi abuela cada detalles sobre los robos en el barrio durante la noche. Y mi abuela, con el mismo asombro de todas las mañanas, le diría “!No te lo puedo creer!… ya la gente no tiene vergüenza, en este país lo que faltan son prisiones… Déjame una escurría de café en el jarrito pa cuando termine con esto…”

Yo escucharía los cuentos mientras cojo una galleta y mastico una lasquita de guayaba y me tomo la embarradita de café de mi abuela a sabiendas de que después me diría: “Mira pa este chiquillo relambío, cazuelero, como me toma la escurría de café que queda. Sale pa allá fuera, anda, sale. Vete a jugar con los machos. Tiémplate una chiva”

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Pero hoy no es como cualquiera de eso días. Hoy me quedo en el cuarto y escucho cómo mi madre pregunta por mí. Hoy, con el dedo tapando la garrapata que debe envenenarme el ombligo, me quedo en silencio a ver si en el último minuto deciden dejarme con ellos.

A media mañana salgo del cuarto con la garrapata desfallecida. Esta parte del plan tampoco funciona. Atravieso la cocina donde mi madre casi termina el almuerzo y friega con alambres y ceniza los pozuelos de aluminio.

Ya mi abuela ha planchado las camisas del uniforme y las ha puesto al sol. Son de un azul envidiable. “Te voy a revisar los grajos cuando vengas de pase y no quiero ver ni una mancha encartonada”… “Te pones la camiseta debajo”… “Tus tíos nunca las trajeron así, nunca. Ni en la secundaria, ni el pre ni el servicio militar. Ninguno de los míos puede andar como un puerco.” Me dice mientras destuerce con los dedos la tendedera de soga y estira con la otra mano. Es algo que puede hacer rapidísimo. Cada extremo de la soga está amarrada en cada horcón del portal, ella va estirando con una mano y abriendo la tendedera con la otra.

Yo paso de soslayo, veo mis uniformes tendidos y pienso que todo lo que están haciendo en vano.

Algo ha de matarme antes del mediodía.

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