Sentada al borde de mi cama,
Suspiro con la esperanza,
De fundirme en tu alma,
Como el sol en la mañana,
Como la luna en mi cama,
Como un ángel con sus alas
Puedo recordar,
El día que, con duras palabras,
Me decías, no haces falta.
Imaginaba tus ojos,
Repletos de aquella rabia,
Que yo misma provoqué,
Por jugar
A que no te amaba.
La hiel salía de tu mente,
Las lágrimas por mis ventanas.
Tiempo sin clemencia pasa,
Y aún sin dirigir palabras,
Te llamaba yo a gritos,
Mientras mojaba mi almohada,
¿Dónde diablos te metiste?
Que ni señas,
Ya me dabas.
Y ese día especial,
Cuando el frío me tumbaba,
Aparecieron tus letras,
Me saludabas,
Te anhelaba,
Mis manos como locas Temblaban,
Eras tú,
Me extrañabas.
Cuando yo miré tus ojos,
Pude entender,
Que mi sonrisa reflejabas,
Eras tú,
En mi camino que,
De nuevo ya transitabas,
El ocaso y el alba,
Pegaban saltos de parranda.
Fui al patio bien rápido,
Y busqué una mandarria,
Comencé a tumbar los muros,
Que de ti me separaban,
Creencias, chismes, verdades,
Que a mí de ti me aislaban,
Y que, a partir de hoy,
Son historia,
En mi alma.
