Poetas y Letras / La bendición del Clérigo

Jens Auer | Unsplash



Las risas malevolentes de aquellos sujetos se reflejaban en una comunidad que alguna vez fue pacífica. Hoy desatada en un caos sin precedentes ni un fin cercano. Me pregunté qué podría hacer, pues no era alguien valiente, tampoco tenía como o con qué luchar.

Gran parte de mi existencia la dediqué a la poesía, cuestionando lo que sucedía en el pueblo que me dio la vida. Tropecé muchas veces con las mismas rocas, pero aprendí a esquivarlas cuando encontré el poder de la rebeldía. Fue entonces que caí desde el abismo al infierno.

Los nobles no eran los suficientes, y cada vez quedaban menos. Custodiaban las puertas de madera maciza; esta vez arruinadas por las lluvias y el intento de corromperlas. Tuve miedo por mi familia, en especial por mi madre que ya tenía unos cuantos años encima. Vislumbré a lo lejos sogas atarse a los muros de la villa, y de ellos trepar unos cuantos asesinos que solo buscaban saciar su vil servicio.

Una gran matanza se sucedía frente a mis ojos, los cuales contenían un sin fin de lágrimas de impotencia y odio. Me desesperé cuando ya estaban mucho más cerca, y el valor se posó sobre mi cuerpo potenciándome el alma. Solo acudí a tomar un escudo y una espada de ese guardián caído, y miré hacia el cielo en busca de la bendición del señor de los cielos.

Sabía en lo que me había convertido, pero no me temblaba el pulso si era por defender a los que más quiero. Logré derrotar a dos de ellos pero no el tercero, pues caí de un duro golpe directo al suelo.

Abrí mis ojos y pude notar que estaba en un lugar oscuro donde la penumbra titilaba tras el fuego de algunas velas. Tenía grilletes sobre mis pies y mis manos, los cuales parecían erosionar la piel rasgándola en un goteo sangriento y doloroso. Mi escape no estaba cerca, incluso empecé a pensar que la única manera era irme de allí muerto.

Supe que el fin se acercaba pero no por ello tenía que rendirme. Busqué la salvación viendo a través de una de las ventanas. Aún podía ver un cielo azul de nubes blancas. Supuse que si ese era el rostro que se me enseñaba, aún habían esperanzas.

Escuché ruidos intensos provenientes de aquél recinto. Parecía ser la caballería, que había llegado de los otros pueblos. Instintivamente más me intenté soltar hasta que me desmayé de mis propios alaridos. En un sueño profundo caí en mi propio entierro.

Abrí nuevamente mis ojos y sentí una mano acariciándome el rostro. La vi a ella, mi amada madre, quien había sobrevivido al ataque de aquellos engendros. Supe entonces que aún había esperanzas para recuperar la paz, solo si la valentía nos conducía a ello.

Pasaron muchos años desde entonces y solo han habido rumores. Rumores que decían que volverían con más ensaña a destruir todo lo que esté a sus pasos. Eso jamás sucederá ya que he aceptado la misión de forjar mi valentía junto a la fe que me acompaña.

Puedo decir que no solo soy un poeta que escribe sus letras desde el resplandor del sol que atraviesa su ventana, en un escritorio de roble y una pluma en mano, sino también soy alguien que luchará hasta las últimas circunstancias por defender la paz de mis allegados.

Quizás sienta el pavor de pensar en que todo se acabará algún día. Eso sinceramente me da mucha más fortaleza. Se habla de unos colosos merodeando la zona; si esa es la razón de mis miedos, desde ahora lucharé bajo la bendición de un clérigo contra esos demonios.



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"Divisé en el horizonte aquello que se asemejaba a un gigante. No pensé en cómo derrotarlo, sino en que mi misión era proteger hasta las últimas consecuencias a mi pueblo de esta criatura insana."


  • Ésta fue una participación en la iniciativa de Writing Club por el Día Mundial de la Poesía. He hecho una prosa poética para este fin.
  • La imagen principal fue editada en Canva.
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