Mi Santuario de Tiempos

Recorro un camino que me lleva por rutas de desolación, por senderos espinosos cubiertos de marchitas plantas que se secan en mi memoria. Hojas y tallos secos, tapizan los recuerdos de las praderas que, una vez, fueron verdes y radiantes. Un paisaje que muestra dos visiones distintas al andar y que, al frente, se pierde en horizontes dibujados de arena, de sol inclemente, de aridez y sed en cada rincón. Atrás, paisajes cada vez más lejanos, donde la esperanza y la ilusión cubrían de verde cada espacio. Donde el amor resplandecía con su luz clara y la alegría se sentaba en cada atardecer, acompañada de café, pensamientos y miradas sin respuestas.

Un sinuoso camino que debo recorrer, para llegar a donde mis pasos desventurados me llevan, aun sin quererlo. Una senda que implica el desprendimiento de quien eres, de la entrega de tus pasiones, del olvido de tus anhelos. Una marcha lenta, dividida entre el tiempo de lo que fue y lo que pudo ser. Un antes y un después que significan la muerte de un amor y el nacimiento de otro, en igualdad de cuerpos, pero con almas y sentimientos distintos.

Camino en contra de un tiempo que sabe a equivocación, signado por un reloj que marca las horas, en estelas vencidas por el deseo de ser alguien que ya no eres. Que deja las huellas siniestras del paso de los momentos que no debieron ser. Todo, convertido en un error, que se siente ya como ancestral, por lo profundo y doloroso. Es una ruta que se debe recorrer, para corregir los entuertos de las decisiones equivocadas, tanto las tuyas, como las mías.

Y al final estas tú, esperando como siempre. Convertida en un fastuoso templo de ébano claro, de ventanas sonrientes, de luces brillantes color café, de pasión y sonrisas dibujadas en cada esquina, en cada rincón. Tú, mi santuario perdido, escondido en las ondas del tiempo que se expande y te alejan del camino que recorro cada día. Tú, mi santuario bendito, donde encuentro la paz de mis sosiegos, donde puedo elevar mis oraciones, rendido en la diáfana suavidad de tus pies de esmeralda, para recibir la absolución de mis pecados, a través de la humedad de tus besos convertidos en juicios de placer y condenas de amor. Tú, mi santuario predilecto, donde la esperanza de mi andar, encuentra el final de este camino y de este tiempo que nos mantiene separados.