Amor en "El Montanés" I. Parte


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En la cafetería del pueblo, El Montañés, a escasos metros de un precioso y caudaloso río, se encontraba Jaime, quien degustaba en ese momento (09:00 AM) un delicioso café con leche, acompañado de una quesadilla y, éste, miraba absorto a través de la ventana panorámica el verde de grandes árboles que formaban parte del paisaje montañoso del lugar. También veía que por encima de los bellos árboles, hermosos e imponentes cerros y colinas; formando una cadena montañosa que abrazaba al río, al bosque y al pueblo, como una madre abraza a sus hijos, envolviéndoles en una suerte de magia de amor, pasión, paz y libertad. Esta era la principal razón de la visita de Jaime a Pedregal. Muchas personas le habían comentado la belleza del pueblo, de sus mujeres, y decidió visitarlo. Esa mañana de un clima fresco, agradable. La cafetería estaba muy concurrida, los habitantes de Pedregal antes de incorporarse a la jornada laboral; bien sea a pescar, cazar o a sus diferentes oficios, pasaban por El Montañés y establecían una especie de tertulia, todos se conocían, pero ese día, en especial las damas, fijaron la atención en el visitante que desayunaba y entre ellas comentaban: “¿Qué vendrá hacer ese hombre al pueblo, se ve que es de ciudad? Preguntó Nereida. A esto Ninoska respondió: “A visitar amiga, es turista; porque no tiene pinta de pescador, cazador o leñador; pero te puedo decir, sin temor a equivocarme, que es muy buen mozo y su edad debe oscilar entre 50 y 55 años”. “Tienes toda la razón, pero no te emociones, que ahí viene tu marido a buscarte”, expresó Marbelia. A esta ocurrencia todas rieron y cada una de ella se dirigió a sus respectivas mesas, a compartir con sus parejas, familiares o amigos. Es decir, la única persona que estaba sin acompañante en la mesa era Jaime; que ahora no contemplaba el paisaje sino a la gente que estaba a su alrededor y le agradaba la manera de ellos compartir, con cuentos, risas y mucha conversación, y así continuó comiendo y detallando lo que acontecía esa mañana en El Montañés.

Nuevamente, se enfocó en la belleza del río, del bosque y las serranías; pero algo ocurrió y Jaime jamás esperaba eso. Una niña entre 8 y 10 años de edad, muy linda, de piel acanelada y con una voz muy dulce, le dijo: “Señor, buenos días. Yo no lo conozco y usted no me conoce; pero quiero hacerle compañía, usted está muy solito, me permite sentarme”. Jaime estaba asombrado, no creía lo que estaba pasando, quedó mundo por un instante; luego reaccionó y se paró inmediatamente y le ofreció la silla a la niña y ella le dijo. “Tal vez va a venir mi mamá a regañarme, pero usted estaba muy solito, mi nombre es Laura, mi mamá me llama Laurita”. ”Gracias Laurita, estoy muy contento que una niña bonita e inteligente como tú, me haga compañía. Mi nombre es Jaime y vine a descansar a la ciudad, a pasar unos días”.

Las amigas de Carmen, mamá de Laurita, estaban boquiabiertas por la osadía de la niña e igualmente los hombres, la única que no se había percatado del hecho era Carmen; porque comía en la barra y estaba viendo las noticias con mucha atención, se distrajo y no vio cuando la niña salió al encuentro con Jaime.

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Juliana se acercó a Carmen y le dijo al oído: “Voltea disimuladamente y no te vayas a espantar, que nosotras estamos pendiente de ella, desde que se sentó en la mesa del señor hasta ahorita”. La mujer volteó con lentitud y vio a su hija que reía, gesticulaba y que hablaba con aquel hombre como si lo conociera de toda la vida. Se bajó del banco y mostró su malestar; pero otras amigas la calmaron y le decían, no le está haciendo nada malo, es más, tu niña está disfrutando, escucha sus risas. Carmen se calmó como le aconsejaron sus amigas, esperó un momento, y con más calma se dirigió a la mesa donde estaba su hija. Jaime le dijo a Laurita: “Creo que ahí viene tu mamá”. Laurita volteó a ver, se paró de la silla y fue a encontrarse con la mamá, la abrazó y le dijo. “No estés brava, mamá, yo estaba acompañando al señor Jaime. Él estaba muy solito, ven te lo voy a presentar”.

Carmen ya no estaba molesta sino sorprendida, llegó a la mesa y Jaime se levantó y le dijo. “Señora, por favor, siéntese. Perdóneme por aceptar a su preciosa niña en la mesa”. Madre e hija se sentaron y Carmen se volvió a sorprender porque realmente no se había fijado en el caballero que tenía al frente, un hombre maduro, alto, color trigueño, ojos claros, de complexión fuerte y cabellos negros rizados. Sencillamente, era buen mozo, de buena apariencia. Después que la mujer observó esos detalles le dijo: “No tengo nada que perdonar, mi hija estaba muy entretenida con usted y sé que no le pasó algo malo”. “Señora… ”al pronunciar la palabra fue interrumpido por la dama y esta le dijo. "Por favor, llámeme Carmen, ese es mi nombre. A esto el hombre contestó:"Está bien Carmen, mi nombre es Jaime y estoy agradecido de la compañía de su hija. Es verdad lo que ella decía, estaba solito; pero ahora estoy con dos bellas damas”. Dicho esto llamó a la camarera y Carmen le dijo que ya habían desayunado y estaban retardadas, porque tenían que pasar por la cabaña del bosque a buscar a Pancho, para irse a pescar. Se despidieron y Laurita le dijo: “Señor Jaime, cuando venga de pescar nos vemos de nuevo”. “Está bien Laurita las espero aquí y mientras tanto voy a buscar hospedaje”, “Mi mamá alquila habitaciones”. Carmen miró a su hija, estaba apenada y a la vez sentía un cosquilleo en las venas; que había desaparecido de su fisiología. Era inicio de la pasión, de la aventura, del amor y de muchas otras cosas, que habían iniciado, el circular por su sangre. Ella, como mujer, sabía lo que estaba sucediendo y no lo podía evitar y se quedó callada esperando la respuesta de Jaime, que no se hizo esperar, “Cuando ustedes regresen podemos hablar del alquiler” dijo Jaime.

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CONTINUARÁ

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