Nuevamente, se enfocó en la belleza del río, del bosque y las serranías; pero algo ocurrió y Jaime jamás esperaba eso. Una niña entre 8 y 10 años de edad, muy linda, de piel acanelada y con una voz muy dulce, le dijo: “Señor, buenos días. Yo no lo conozco y usted no me conoce; pero quiero hacerle compañía, usted está muy solito, me permite sentarme”. Jaime estaba asombrado, no creía lo que estaba pasando, quedó mundo por un instante; luego reaccionó y se paró inmediatamente y le ofreció la silla a la niña y ella le dijo. “Tal vez va a venir mi mamá a regañarme, pero usted estaba muy solito, mi nombre es Laura, mi mamá me llama Laurita”. ”Gracias Laurita, estoy muy contento que una niña bonita e inteligente como tú, me haga compañía. Mi nombre es Jaime y vine a descansar a la ciudad, a pasar unos días”.
Las amigas de Carmen, mamá de Laurita, estaban boquiabiertas por la osadía de la niña e igualmente los hombres, la única que no se había percatado del hecho era Carmen; porque comía en la barra y estaba viendo las noticias con mucha atención, se distrajo y no vio cuando la niña salió al encuentro con Jaime.
Juliana se acercó a Carmen y le dijo al oído: “Voltea disimuladamente y no te vayas a espantar, que nosotras estamos pendiente de ella, desde que se sentó en la mesa del señor hasta ahorita”. La mujer volteó con lentitud y vio a su hija que reía, gesticulaba y que hablaba con aquel hombre como si lo conociera de toda la vida. Se bajó del banco y mostró su malestar; pero otras amigas la calmaron y le decían, no le está haciendo nada malo, es más, tu niña está disfrutando, escucha sus risas. Carmen se calmó como le aconsejaron sus amigas, esperó un momento, y con más calma se dirigió a la mesa donde estaba su hija. Jaime le dijo a Laurita: “Creo que ahí viene tu mamá”. Laurita volteó a ver, se paró de la silla y fue a encontrarse con la mamá, la abrazó y le dijo. “No estés brava, mamá, yo estaba acompañando al señor Jaime. Él estaba muy solito, ven te lo voy a presentar”.
Carmen ya no estaba molesta sino sorprendida, llegó a la mesa y Jaime se levantó y le dijo. “Señora, por favor, siéntese. Perdóneme por aceptar a su preciosa niña en la mesa”. Madre e hija se sentaron y Carmen se volvió a sorprender porque realmente no se había fijado en el caballero que tenía al frente, un hombre maduro, alto, color trigueño, ojos claros, de complexión fuerte y cabellos negros rizados. Sencillamente, era buen mozo, de buena apariencia. Después que la mujer observó esos detalles le dijo: “No tengo nada que perdonar, mi hija estaba muy entretenida con usted y sé que no le pasó algo malo”. “Señora… ”al pronunciar la palabra fue interrumpido por la dama y esta le dijo. "Por favor, llámeme Carmen, ese es mi nombre. A esto el hombre contestó:"Está bien Carmen, mi nombre es Jaime y estoy agradecido de la compañía de su hija. Es verdad lo que ella decía, estaba solito; pero ahora estoy con dos bellas damas”. Dicho esto llamó a la camarera y Carmen le dijo que ya habían desayunado y estaban retardadas, porque tenían que pasar por la cabaña del bosque a buscar a Pancho, para irse a pescar. Se despidieron y Laurita le dijo: “Señor Jaime, cuando venga de pescar nos vemos de nuevo”. “Está bien Laurita las espero aquí y mientras tanto voy a buscar hospedaje”, “Mi mamá alquila habitaciones”. Carmen miró a su hija, estaba apenada y a la vez sentía un cosquilleo en las venas; que había desaparecido de su fisiología. Era inicio de la pasión, de la aventura, del amor y de muchas otras cosas, que habían iniciado, el circular por su sangre. Ella, como mujer, sabía lo que estaba sucediendo y no lo podía evitar y se quedó callada esperando la respuesta de Jaime, que no se hizo esperar, “Cuando ustedes regresen podemos hablar del alquiler” dijo Jaime.
CONTINUARÁ