"A mi Edad, ya nada me sorprende" esta era una de las tantas frases que utilizaba mi abuela en ciertos casos y como sinónimo de hastío y de enojo. Había otras ocasiones en las que, alguien que al parecer todo el tiempo lo quedaba mal repetía la acción una vez más, también decía, "Yo no sé de que me sorprendo", pero por supuesto, lo hacía utilizando su tono sarcástico con el cual nos permitía saber, que ya era una mala costumbre de esa persona.

El punto es que esta expresión se utiliza cuando queremos resaltar que las cosas no están funcionando de la manera que para nosotros es correcta y como una forma de descargar nuestro desencanto ante una situación determinada.

Hoy en día cuando salimos a la calle y nos encontramos con el Descontento sentado en un banco o la Inconformidad haciendo la cola para comprar en un lugar donde tienen mejores precios o también somos testigos de la decepción en los ojos de algún anciano o docente de nuestro país, pudiéramos decir que con todo el antecedente político, social y económico que tenemos en nuestra historia reciente, ya nada nos sorprende.

Pero es que, aunque suene arriesgado, tomando en consideración la situación en la que muchos nos encontramos, mi invitación es a mirar las cosas como las ve un niño, a seguir creyendo en el ser humano, a procurar no volvernos parte de aquellos que ya están dañados y al parecer no les importa nada, sino que en su lugar, nos pongamos del lado de aquellos que aunque están al borde del precipicio, conservan la esperanza y eligen creer en la mano del amigo o ser quien la tienda cuando llegue el momento.

Necesitamos una vez más, pensar antes de hablar. Pensar que al expresarnos de esa manera estamos asegurando que las cosas en lugar de mejorar pueden empeorar y no pasará nada, porque para quienes debería ser importante, es algo que ya raya en lo común, en lo normal, "nada sorprendente" y entonces, ¿para qué preocuparse?

Siento que en la misma medida que dejen de sorprendernos las cosas negativas, las malas acciones, los hábitos indecorosos, la falta de respeto y de buenas costumbres, nos estaremos condenando a muerte sin derecho a apelación.

Necesitamos dejar de mentirnos a nosotros mismos y quitar esa falsa coraza con la que pretendemos que nos vean, esa con la que queremos hacer ver que estamos muy por encima de todo y que gozamos de invulnerabilidad, y volver, regresar, dar un giro de 180º sobre nuestro propio eje hacia la inocencia y la humildad, aquellas con las que solíamos ver y juzgar todo a nuestro alrededor. Pero también debemos tomar en cuenta que esa es una tarea que nadie va a hacer por nosotros porque ella requiere de un trabajo interno que solo puede llevar a cabo cada uno, de forma individual e introspectiva.

Les invito a que llamemos las cosas por su nombre y a que le demos la importancia que estas se merecen. No queramos tapar el sol con el dedo, minimizando con frases huecas la incoherencia y con las que solo demostraremos nuestra pobreza interior e incapacidad para hacerlo diferente .