Un día más de escuela, ese mundo cruel donde lo importante es sobrevivir. Un día más de tormento para el pobre Eric.

El chico más amable, educado y con una gran inteligencia está desperdiciando sus días encerrado en el armario del gimnasio para huir de sus malvados compañeros que solamente quieren molestarlo.

Eric no tiene con quién hablar de su problema, pues sus padres siempre están de viaje y no le prestan atención. Ya tiene 16 años, por lo que sus padres ya no requieren de los servicios de una niñera y piensan que Eric está siendo muy responsable al encargarse de todo solo.

El chofer recoge a Eric del colegio esa tarde y lo ve más extraño de lo común. El señor Alfredo tiene más de 20 años sirviendo de transporte a la familia, vio nacer al chico y le tiene cariño. Sabe de sus problemas en la escuela y trata cada tarde de hacerlo olvidar el trago amargo del día, es miedo, la angustia, la tristeza que le oprime el pecho.

Alfredo pregunta, pero no tiene respuesta, ni una sola palabra sale de la boca del chico.

Sabes que te aprecio tanto como a uno de mis hijos Eric, si quieres hablar aquí estoy para ti.

Decía Alfredo, mientras que el espejo retrovisor era testigo de una lágrima que corría mejilla abajo del adolescente.

Eric bajó corriendo del automóvil y se encerró en su habitación. Con las luces apagadas y su guitarra en mano tocó las más hermosas melodías que le salían del alma. Mientras que en la cocina los empleados comentaban que en las redes sociales había publicaciones donde difamaban al pobre chico.

Al día siguiente Alfredo dejó a Eric en la puerta de la escuela, se quedó un poco estacionado allí con ese presentimiento de padre que le invade.

Eric no está en su clase de matemáticas. Pero igual nadie nota su ausencia. Sube escalón por escalón a la torre del campanario de la escuela, donde está el gran reloj que parece dirigir la vida de todos en ese lugar.

El chico se sienta frente al número 6 en la parte de afuera del cristal. El ruido de la máquina marca cada segundo y Eric siente como su tiempo va terminando antes de saltar al vacío 7 pisos abajo.

Quería saltar justo cuando el reloj marcara la siguiente hora, así nadie se enteraría hasta que salieran de clase, no quería arriesgarse a que le brindaran ayuda y quedar vivo.

Quedaban 10 minutos para la 1 de la tarde, cuando una melodiosa voz sobrepasaba el tic toc ensordecedor del reloj. Esto desconcentró a Eric que quiso averiguar de dónde provenía ese canto.

Entró de nuevo al edificio y bajó un piso. Entro a un salón que tenía un letrero con la inscripción: cerrado no pase, en la puerta.

Eric empujó lentamente la puerta. Un silencio total en el ambiente, las miradas de 6 chicos se fijaron sobre él, que tímidamente retrocedió.

Por favor, pasa. Siéntate con nosotros. Estamos practicando una de las canciones que presentaremos en el recital de fin de mes en la biblioteca pública de la ciudad.

Eric frunce el ceño, pero se sienta. A la cuenta de 3 los chicos comienzas a cantar, algunos hacen los instrumentos con sus voces y Eric siente la necesidad de cerrar sus ojos mientras siente la paz.

Las campanadas estremecen el salón, mientras Eric se une al coro y se integra perfectamente.

Cuando paran las campanadas, una sonrisa se escapa de los labios del chico por primera vez en un año.

Este día murió el miedo, saltó de la cornisa los sentimientos reprimidos y Eric renació cuando lo invitaron a formar parte del grupo musical escolar Rising Star.