A mi me encanta comer, de verdad lo disfruto mucho, creo que es uno de los mejores placeres de la vida.
Por eso adoro la Navidad, claro aparte de las tradiciones que son hermosas y todo aquello de la unión y el compartir, para mi lo mejor es la comida.
¡Como abundan las cosas ricas! deliciosas, exquisitas al paladar!. Yo voy de casa en casa de mis amigos y familiares, recibiendo todo lo que me dan, a todo digo que si. Soy un barril sin fondo jajaja...eso me dicen mis amigos.
Hoy es día de Navidad, la noche del 24 de Diciembre, ya estoy preparado para la gran celebración. Llegue temprano a casa de mis padres, allí están mis hermanos y mis sobrinos. La mesa está preparada. Ya que no cocino, llevo una botella de vino para brindar.
Después de un rato de conversación, mi madre me llama
—Ven hijo, ayúdame a servir la mesa.
Me voy con ella hasta la cocina y ella me dice.
—Hijo, debes tratar de no comer tanto, estas un poco gordo.
—¡Ah mamá! no me digas eso hoy. A partir de enero comienzo una dieta.
Y por fin, comienza la cena. Risas y alegrías en la familia.
Mi hermano que está a mi lado, se voltea y me dice.
—Hermano, no comas mucho, mira que estas muy gordo.
—¡También tú!, pero que preocupación tienen por mi apetito. Hoy hay que celebrar.
Mi plato de comida es de proporciones gigantescas, rebosa de comida y yo... como y como sin parar.
De repente, toda la familia está mirándome, han dejado de comer. Me siento incomodo.
—Te dijimos que no comieras mucho y no nos has hecho caso, —dice mi madre con voz molesta.
Mi barriga esta muy prensada
—Ahora en castigo, vas a comer todo lo que está en la mesa.
Me sirven de nuevo el plato con pernil, hallacas, asado, pan de jamón, ensalada. La copa de vino está rebosante.
¡Come!, ¡come!, ¡come! gritan todos los niños, mientras saltan en las sillas.
Yo intento hacerlo pero no puedo dar un bocado más, la comida se ha vuelto mi enemiga, me parece que voy a explotar. Mi plato se llena una y otra vez.
Sudo y me desespero, intento pararme de la mesa y no puedo. Trato de gritar pero la boca llena de comida, no me deja.
Me agito en la silla y botando la comida que tengo en la boca, grito muy fuerte, un alarido aterrador.
—¿Hijo que te pasó? estabas gritando, ¿tenías una pesadilla?—me dice mi madre
—Anda parate y deja la flojera, ayúdame a poner la mesa, que ya todos están esperando la Cena de Navidad.
Miro a mi alrededor, todo fue un sueño.
Me levanto poco a poco, pero no se porque tengo la impresión que mi mamá lleva una sonrisa burlona en su rostro.
