La única forma de vencer a los bárbaros
_Tengo tantos libros pendientes que no me alcanzará la vida para leerlos todos -había dicho a sus amigos cuando estos lo habían invitado a salir. Afuera el bullicio, el caos, la arenga política, no eran tan llamativos para hacerlo mover de la comodidad de su casa; por el contrario, desde hacía años, Alfonzo aborrecía y repelía cualquier concentración pública donde la premisa fueran los gritos.
Los políticos con sus parlantes y los fanáticos con su pitos y matracas producían un ruido ensordecedor, pero los estándar de diversión y de exigencia se habían homogeneizado y habían caído en los niveles más bajos. Los políticos, carentes de ideas y proyectos, solo gritaban, bailaban y hasta echaban chistes. Los seguidores, como si fueran roedores y los políticos El flautista de Hamelin, caminaban en largas caravanas, ciegos y eufóricos, siguiendo a los supuestos líderes.
Mientras caminaban, los políticos observaban con verdadero placer cómo la gente salía de sus casas a saludarlos de forma desaforada y a gritar como ellos mismos. De repente, visualizaron la casa de Alfonzo, la cual estaba cerrada y nadie salió de ella. Los políticos, extrañados, se acercaron a la ventana en donde se distiguían muchos libros. Dentro de la casa, allí estaba Alfonzo, sentado en la sala, inmerso en la lectura. Quisieron los políticos tocar la puerta y entrar a la casa, pero tuvieron miedo: desconocían qué tipo de criaturas podían encontrar adentro. Así que, con la certeza de que no controlaban todo, se fueron.