Hemingway para el insomnio: No puedes alejarte de ti.

Encontré esta frase de Hemingway:

Ir a otro país no hace ninguna diferencia. He intentado todo eso. No puedes alejarte de ti moviéndote de un lugar a otro. No es posible.

Y me llegó hasta las entrañas, haciéndome recorrer todo mi laberintoso camino; desde el pueblo que me vio nacer (La Guadalupe, Veracruz) en un día de marzo con posibles ventascos y brisas del mar, hasta las bahías de Hong Kong arrulladas a veces con la intensa neblina, a veces por el suave pasar de tifones y a veces por un hermoso sol que pasa pausadamente sobre la isla y las islas hermanas...
¿Quién podría entender la profundidad de esa frase mejor que alguien que escapó de su pueblo queriendo escapar de aquél si mismo? Lo que uno ve en el pasado es cenizas de lo que te quemaba mientras intentabas dar el siguiente paso. Pero lo que uno no sabe es que de lo que huyes es de ti mismo.
A dos años de terapia, quizás estoy logrando poner un poco de paz, un poco de reconciliación conmigo mismo.
Y al paso de mis pasos, no sé a cuántas personas he chamuscado con el fuego que intentaba apagar con esa búsqueda interminable, incomprensible...
Desde la lejanía uno sigue tan cerca... Tan simple que resulta, pero doloroso: No puedes alejarte de ti (...). No es posible. Desde esta cercanía, dolorosamente logré restablecer contacto con mi hija María de Jesús, que nació de un hermoso, aunque breve noviazgo. Un regalo de Reyes, que en otro texto espero desarrollar. Ahora un regalo más: Sharon, mi pequeña nieta.
Desde esta cercanía logré reconectarme con mi padre biológico. Y en medio de esta travesía hacia el pasado-presente hay algo que duele y aún no lo puedo explicar. ¿Acaso será un exceso de alegría poco común al enfrentarse al ser que uno fue?
Apenas llevo un par de conversaciones con mi padre: Pascual Lobato. Aunque nos encontramos brevemente cuando mi hermano Rodolfo falleció, en ese momento (2012?) creo que aún no estaba preparado para asimilar esa raíz ocultamente presente. Ese inevitable vínculo que mi madre nunca supo mencionar. Y que la vida me hizo interpretar como parte de algo que tenía que derrotar, vencer en mi interior. Fui duro conmigo mismo porque creí que era la única forma de enfrentar la vida. Sólo guardo una imagen de aquél día que Pascual se acercó a mí en el pasillo de la Casa del Campesino. Extendió la mano y me daba algún dinero. Fui duro y le dije que no necesitaba, gracias.
También fui duro con mi hermano, que vivió siempre con él, con Pascual, hasta que al paso de los años y con reflexiones tempranas de que no somos culpables de lo que nos trajo a este mundo... que al final él (Rodolfo) y yo éramos hermanos y no teníamos por qué tratarnos como rivales. Fue hasta que él ya no estaba en el pueblo que empecé a escribirle. Por los años ochenta (1980 y tantos). Mi madre recibía cartas de Rodolfo. Así que un día me decidí a escribirle. Su nueva dirección era Xalapa de Enriquez, Veracruz. ¿Acasó él también había emprendido esa lucha de huir de sí mismo?
Aún quedan tantas preguntas en el tintero, que no sé si el pincel alcance a plasmarlas en alguna de las conversaciones que puedan venir con mi padre. El viejo de 81 años, que no tengo idea de qué pensará de este yo tan lejano... y tan cerca.
Mientras tanto, toca seguir con la lucha diaria de la vida. Y como le he robado un pedazo a la noche, me esforzaré por retomar la cama para un par de horas de sueño.

Alfredo Jiménez Fernández
Hong Kong, a los 27 días del mes de marzo de 2023.

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