El mar y su bondad de liberar, es pura vida.

El mar nos hace más felices

Ir a la playa tiene un efecto abrumador en nuestro bienestar y salud. Hace que nuestro cerebro cambie. Nos recarga las fuerzas, nos da energía y calma nuestra mente. Antiguamente, los médicos tenían una receta mágica: viajar cerca del mar. Y es que se ha demostrado que la respuesta está en nuestro cerebro, pues la corteza prefrontal -un área asociada con la emoción y la auto-reflexión, entre otras funciones- se activa cuando se escuchan los sonidos de las olas.

Un sonido que sigue un patrón de ondas predecibles, suave en volumen y en frecuencias armónicas a intervalos regulares, que puede llegar a disminuir la ansiedad y los niveles de cortisol -la hormona del estrés- que nos generan las grandes ciudades, el tráfico o nuestra rutina laboral o académica. A ello, hay que sumarle la calma que nos transmite la superficie del mar y su color azulado. El ser humano se siente tranquilo y admirado al observar extensiones infinitas, donde no se producen cambios visuales agresivos y su horizonte es total, aunque también es cierto que muchos -ante esto mismo- sienten una verdadera inquietud y pánico.

Detiene la ida y venida de nuestros pensamientos. El mar nos ayuda a romper con esos círculos viciosos de preocupaciones y pensamientos nocivos que nos persiguen en nuestro día a día. Los entornos naturales, como el mar o los bosques, han demostrado que nos desenganchan de esas obsesiones, pues nos liberan de nuestra vida cotidiana, ya que nada de lo que veamos, tocamos u oigamos nos recuerda a ello. Cosa que, además, nos permite dormir mejor y hace que la sensación del tiempo sea más lenta, como que se ha detenido.
El mar nos permite descansar de la sobreestimulación. Ver y escuchar el sonido de las olas nos aleja de ese caótico constante creando una burbuja en la que resguardarnos de nuestro alrededor.

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Potenciamos nuestra creatividad, ya que una mente en calma es mucho más productiva que una mente sobre-estimulada. Y es que los psicólogos lo afirman, una vez estamos relajados y activamos el modo relax, las preocupaciones se aparcan, se activa la red neuronal de forma automática y -en ese estado de tranquilidad- las ideas más brillantes llegan a nosotros de manera clara, creativa y original. Incluso, nuestras opiniones se vuelven menos críticas y más abiertas.
Una atmósfera más pura

El aire en la playa parece distinto. Posee una alta carga de humedad, arrastra una gran cantidad de micro partículas -como el yodo- y huele a salado, pero, además, está cargado de iones negativos. Unas partículas repletas de energía que -al contrario que los iones positivos- tienen un efecto beneficioso para el organismo. Relajan, favorecen la aparición de la serotonina y mejoran nuestra sensación de bienestar. Y es que se ha comprobado que, a menos de 100 m del mar, el aire posee en torno a 50.000 m3 de iones negativos, mientras que en las ciudades no supera los 500.

A su vez, la presión atmosférica y la cantidad de oxígeno es máxima en el litoral, lo que se traduce en una oxigenación más activa de nuestro organismo, haciendo que nuestro ritmo respiratorio y latidos del corazón sean más suaves y pausados, provocando -por consiguiente- que nos transmita esa maravillosa sensación de calma.

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