Concurso de cuentos #Fotocuento semana 11: «El escritor en una jaula»

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"El escritor en una jaula"
Por: @seifiro
Imagen cortesía de @rahesi


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He sido llevado a una mina a trabajar forzosamente como todos los desgraciados que son enviados allí. Advierto que un hombre me mira de la forma más aterradora posible: con mi propia mirada.

Pasé tiempo trabajando hasta llegar al agotamiento extremo, mientras en mi pecho se arremolinaban tinieblas. Y habrán pasado días supongo, pero en algún momento nos dejaron ir a rezar. Pensaba en mi madre mientras me inclinaba ante Dios.

"Dios, dime que estabas con ella, porque conmigo tú no estabas" dije sollozando. Alguien puso su mano sobre mi hombro. —Tranquilo—dijo. Ya lo había visto. Hablamos por un rato. Después me preguntó mi nombre. —Es muy profundo—dijo y me dio el suyo. —Sigmund, es uno muy amargo—le respondí. Reímos.

Como Sigmund supo que era poeta, siempre se las arreglaba para conseguirme servilletas y plumas. Así comencé a escribir entre andrajos mi primer libro.

—Entonces ya habías padecido el horror de las bombas cuando eras niño—dijo. —¿Y qué pasó después con ustedes dos?

—Después de eso, sujetaba a mi madre de su muñón para ir a la escuela.

—¿Y antes de llegar aquí?

— Esa noche nos abrazamos junto a un extraño para no morir. Después me trajeron aquí.

—Han pasado tres meses. Los soldados me dijeron. Eres un gran poeta. Sigue escribiendo.

—Te la harán pasar peor si te pillan. Nadie me va a leer.

—No escribas para que te lean, sino para que no te olviden.

Eso hice. Sigmund siguió trayéndome servilletas y noticias de afuera, nuestros captores iban perdiendo la guerra. Seguíamos trabajando. Sigmund me contaba los días de la semanas. De pronto, la guerra acabó, y yo ya había terminado de escribir mi libro. Los captores debían de eliminar a todo rasgo de su barbarie. Apuntaron sus fusiles contra nosotros. Sigmund que conocía bien el lugar, me escondió —Quiero que escribas algo para mí después de que esto acabe, sea cual sea el resultado— se fue dejándole oculto. Llovió ráfagas de metal.

Después de la calma salí. Vi a Sigmund. Estaba dialogando con la muerte. Saqué una servilleta y escribí:

«Imagino que algún día nos volveremos a ver. Que algún desconocido nos presentará. Que nuestros nombres estarán en la punta de la lengua del otro, y que nos agradará conocernos. Pero ahora mi alma pesa lo que pesan estas líneas, dos gramos; menos que un colibrí»

Ludwig Wittgenstein.

La coloqué en su puño y me fui.


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