Sentimientos al borde del mar
Es curioso, se cruzó por mi mente una idea infantil, ya que siempre de pequeña había anhelado vivir en la playa. Eso fue a lo que me aferré, me iría al lugar más lejano y no conocería a nadie, ni nadie reconocería mi rostro.
Al llegar de inmediato sentí el aire salado purificando mis pulmones, buscaba entrometerse hasta el fondo de mi gastado cuerpo. Posteriormente, el sol me arropó con fuerza, cada rayo ultravioleta se introducía en mis poros. Todas estas sensaciones corporales se interconectaron a mis emociones, de repente me encontraba en una ligera tranquilidad, sonreí suavemente.
No tengo idea de cuanto tiempo me quedé allí parada sintiendo la arena bajo mis pies y viendo las olas salvajes sin pedir disculpas por su oleaje. Pronto, mis piernas se cansaron, más no me quería marchar, así que busqué un cómodo un lugar donde sentarme, justamente en ese instante vi pasar a un velero, esto me llevó a la pregunta: ¿Tendría un rumbo fijo? O navegaría eternamente hasta encontrar su propósito en la existencia.
El atardecer no tardó en llegar con tenues rayos de sol místicamente dibujados, apuntaban a los lugares olvidados y no queridos, uno me tocó y me iluminó, fue en ese preciso segundo cuando comprendí que todo estaría bien, éste era mi paradero para calmar a mi angustiada alma.