Freud habla de sexo La Lechuza de Minerva, Revista de Humanidades. Nº 1

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Freud habla de sexo/

@gracielaacevedo*

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En las siguientes líneas encontrarán un pequeño desarrollo referente a la idea sobre la cual Sigmund Freud construyó su inmensa producción científica: la sexualidad humana.

En primer lugar hallarán una aproximación al ambiente social donde surgió el pensamiento de Freud. La idea de recordar ese ambiente es la de contrarrestar el denso pensamiento moralista de la época, generador del comportamiento “histérico”, convertido en epidemia en la sociedad victoriana, cuyo estudio hizo descubrir el Inconsciente, concepto básico en la teoría del creador del Psicoanálisis.

En la parte final de este artículo me detengo en la consideración de un texto emblemático del pensamiento freudiano: Tótem y Tabú. En el texto Freud se aproxima a una explicación del surgimiento de la sociedad, a partir del brillante análisis del comportamiento sexual primitivo y del surgimiento de una moralidad, representada en el tabú, asociada a la proscripción del incesto.

La obra de Freud ha sido considerada como de la más prolíficas, profundas y ambiciosas en el humanismo. Aparte de esto, Sigmund Freud es considerado como un excelente escritor, que supo conectar su perspectiva científica con el mundo del mito, de la simbología y de la literatura, demostrando profundo conocimiento de estos temas.

Leer a Freud es adentrarse en un mundo que nadie vio nunca antes que él: la constitución del origen del sujeto. Un asunto que es sociológico y antropológico, porque deriva en la cultura, pero remite cada vez a la subjetividad, a la propia mirada.


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Las publicaciones de Sigmund Freud impactaron de una manera escandalosa el mundo burgués de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

La influencia del largo reinado de Victoria I de Inglaterra había implantado en Europa una moralidad profundamente conservadora, auspiciadora de un puritanismo que convirtió las referencias a la sexualidad en un asunto secreto.

Todo lo que pudiese estar relacionado con el sexo debía ser ocultado en el mundo victoriano; esto fue así en todos los actos de costumbre y en el ejercicio de la moralidad, hasta en los detalles más nimios, como en el hecho de vestir las patas de las mesas para impedir los malos pensamientos. El embarazo se convirtió en tabú, obligando a las mujeres de la época a estar lo menos expuestas posible a la vista de otros, para evitar la deliberación de sus claras implicaciones. Para impedir la ventilación de las partes íntimas femeninas, las bragas o bloomers hicieron su aparición en el período victoriano, aumentando, así, el peso de los vestidos de las mujeres, que oscilaba entre los cinco y los quince kilos.


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En este ambiente social, donde el papel de la mujer se circunscribía al de la reproducción y cuidado del hogar, Sigmund Freud comienza a plantear sus teorías sobre la sexualidad, iniciándose con el estudio de la histeria femenina.

La histeria femenina era, para la época, la principal causa de consulta. Fue una dolencia caracterizada por infinidad de síntomas ente los que podían encontrarse desmayos, dolores, respiración alterada, temblores musculares, tristeza, perdida del apetito, inconformidad, tendencia a causar complicaciones y un largo etc.

Convencidos de que la causa de estos signos estaba radicada en el útero de las mujeres, los médicos, para aliviar los síntomas practicaban “masajes pélvicos” a las mujeres, hasta conseguir que lograran el orgasmo, el “paroxismo histérico”, como se le llamaba en la época, adjetivo que concordaba con la idea de que el deseo sexual era considerado una enfermedad. Lograr el “paroxismo histérico” implicaba una tediosa labor manual que se hizo más expedita con la invención y uso de los vibradores.


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Freud logró erradicar la histeria, tal como se la concebía en la época, haciendo arribar a la conciencia de las mujeres diagnosticadas episodios traumáticos olvidados. Los síntomas desparecían al ser llevados a la consciencia los eventos reprimidos; la técnica para lograrlo fue, en primera instancia, la hipnosis; cuando no era posible aplicarla, por alguna característica de sus pacientes, recurrió a la Asociación Libre, técnica que se mantiene hasta el día de hoy en el Psicoanálisis.

Algunos de los casos que atendió se convirtieron en célebres, como el de Dora, o el de Ana O., de cuyos estudios existe mucha bibliografía, porque explican los procesos por los cuales eventos reprimidos de la conciencia se convierten en forma de “cuerpos extraños” y comienzan a producir síntomas al ser somatizados.

Escuchando a las mujeres, Freud entendió que había estados psicológicos diferentes a la conciencia y descubrió el inconsciente.

Freud dedicó un gran esfuerzo al estudio de la sexualidad femenina, de él se conserva esta frase que describe el tamaño de su labor:

La gran pregunta que nunca se ha respondido, y que aún no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación sobre el alma femenina, es ‘¿Qué quiere una mujer?'


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Las dificultades inherentes al descubrimiento del inconsciente, la idea de que la sexualidad gobierna la vida humana, causaron sostenidas oposiciones al pensamiento freudiano. Se entiende el impacto que produjo, en la época victoriana, la introducción de un lenguaje científico en los que se manejaban conceptos tales como “búsqueda inconsciente del placer”, “deseos reprimidos”, “pulsiones de vida o de muerte”, “líbido”, “tanatos”, “deseos sexuales infantiles por las figuras paternas”, “complejo de Edipo”, “complejo de Electra”, “castración”, etc.

La presentación de sus cinco etapas psicosexuales de la evolución de la personalidad causó revuelo. Freud aseguró que la sexualidad comienza en las primeras semanas de vida, también afirmó que dependiendo de la manera como se hubiera encontrado, o no, placer sexual en esas etapas se establecería la estructura de la personalidad.


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Es innegable la influencia del pensamiento Freudiano en la cultura occidental.

Hoy se sigue escudriñando su prolífica y ambiciosa labor. Su obra completa ha sido publicada en veinticuatro tomos.

Uno de los textos paradigmáticos del pensador vienés es Tótem y Tabú, donde busca, en la motivación sexual, el origen de la familia primitiva.


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En el pensamiento freudiano, el odio y los celos originan el asesinato del padre tiránico, monopolizador de todas las mujeres. Con la muerte del padre, el sistema primordial, la horda paterna, no puede seguir existiendo.

El sentimiento de culpa colectivo de la humanidad, a consecuencia del parricidio en la horda primitiva, toma la forma de "pecado original" en el que se recrea el crimen del padre asesinado y se socializan los procesos de arrepentimiento, de expiación y de sustitución del padre.

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Así nació el remordimiento y al mismo tiempo la conciencia de culpabilidad. El padre muerto adquirió un poder mucho mayor del que había poseído en vida. En virtud de aquella conciencia, los hijos se prohibieron a sí mismos repetir la muerte del tótem y renunciaron a la endogamia a través del tabú a los comportamientos incestuosos.

Las relaciones del totemismo con la exogamia fundamentarían la aparición de la religión, de la moralidad y de las instituciones de la vida civilizada.

Una expresión de ello es, para Freud, la supervivencia del mito del pecado original. En el mito cristiano el pecado original de los hombres es un pecado contra Dios Padre; prueba de ello, dice Freud, es que si Cristo redime a los hombres del pecado original, sacrificando su propia vida, podemos deducir que tal pecado era un asesinato. De acuerdo a la Ley del Talión el asesinato no puede ser redimido sino con el sacrificio de otra vida.

Así, pues, la doctrina cristiana confiesa a la humanidad, más claramente que en ninguna otra, su culpabilidad, emanada del crimen original, puesto que sólo en el sacrificio de un hijo ha hallado expiación suficiente.

Freud encuentra en la expresión religiosa cristiana, una vez más, la manifestación del fatalismo ambivalente entre los sentimientos del hijo por el padre. Con el mismo acto con el que se ofrece la máxima expiación posible se sustituye al padre, pues se convierte a su vez en Dios. Como signo de esa sustitución se realiza la antigua comida totémica en la que la sociedad de los hermanos consume la carne y la sangre, no ya del padre, sino del hijo.

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La deducción final de Freud en Tótem y tabú es que en el Complejo de Edipo coinciden los comienzos de la religión, la moral, la sociedad y el arte. Esta organización, dice, ha persistido a lo largo de milenios, a través de un alma colectiva en la que se desarrollan los mismos procesos que en el alma individual.

Invito a realizar la lectura de este texto que, como toda su obra, es motivo de una continua disquisición y una incesante reinterpretación, trabajo que ya hacen sus seguidores, en el ámbito psicoanalítico, en todo el planeta, pero que admite otras múltiples lecturas, entre ellas la de la visión literaria.

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@gracielaacevedo (Graciela Acevedo)*. Venezolana. Socióloga (UDO, Venezuela). Investigadora en temas religiosos, míticos y de la discursividad social. Doctora en Ciencias Sociales (UCV, Venezuela). Docente universitaria jubilada (UDO, Venezuela). Psicoterapeuta psicoanalítica en ejercicio. Autora del libro Religiosidad a inicios del tercer milenio (2016). Aficionada al relato literario y a la fotografía.

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