Liderazgo educativo

Necesidad de un verdadero liderazgo educativo

Hoy se habla mucho en educación de la necesidad de una nueva gestión. Y me preocupa la naturalidad con que los educadores hemos aceptado sin problemas que el lenguaje economicista y tecnocrático haya penetrado el sistema educativo e incorporado una mentalidad propia del mundo de la industria, el mercado, las empresas. Hoy se habla sin el menor pudor de recursos humanos o de capital humano, de insumos, de clientes (los alumnos y padres de familia), de empresas de servicios educativos, de mercado de productos pedagógicos, de gestión educativa, y hasta la palabrita competencia, hoy tan invocada y tan querida, nos viene del mundo empresarial.

Pero las escuelas no son fábricas ni empresas. Son espacios de aprendizaje y convivencia donde se construye humanidad. Por ello, yo prefiero un lenguaje humanista y no tan técnico. Y estoy convencido de que, en educación, más que gerentes o gestores, necesitamos verdaderos líderes. Los gerentes son racionales y fríos, persistentes y analíticos; los líderes son visionarios y apasionados, innovadores y emotivos; el liderazgo es cuestión de compromiso, de contagio, de corazón, de pasión. Los gerentes administran y controlan, procuran la obediencia y la sumisión, le tienen miedo a la innovación y el cambio, son inflexibles y estructurados, plantean con detalle los pasos a seguir y controlan el seguimimiento; los líderes innovan, crean y recrean y promueven la iniciativa y la creatividad, son muy flexibles e imaginativos, corrigen pero comprenden y desarrollan una visión de futuro. Los gerentes se centran en los sistemas, les encantan los formatos, las tablas excell, los indicadores. Los líderes se centran en las personas, promueven la libertad, la creatividad y el compromiso, aborrecen la burocracia, los encasillamientos, saben bien que el énfasis en indicadores termina ocultando la realidad que pretenden indicar. Los gerentes controlan, promueven la obediencia y la sumisión, son autoritarios, inspiran temor; los líderes inspiran confianza y arrastran, promueven la creatividad y el salirse de lo establecido, son osados, confían, delegan, generan autonomía. Los gerentes aceptan el orden establecido, hablan mucho de los cambios pero son cambios de forma, no cambian lo esencial, aunque están convencidos de que están cambiando; les preocupa que las cosas funcionen, que las personas cumplan; los líderes desafían el orden y tratan de transformarlo, procuran que las personas se sientan bien, se identifiquen, se comprometan y crezcan. Los gerentes imitan y copian, buscan recetas y respuestas. Los líderes son originales, suscitan preguntas, promueven la reflexión permanente, la capacitación para buscar las respuestas y las soluciones. Los gerentes se preocupan por las tareas; los líderes por las personas. Hacen de gente ordinaria gente extraordinaria. La compromete con una misión que le permite realizarse y trabajar con entusiasmo y alegría. Les da a sus seguidores una causa por la que vivir y esforzarse.

En consecuencia, en educación necesitamos verdaderos líderes comprometidos con un proyecto innovador de calidad y con las personas, que no sólo sepan gestionar recursos y elaborar planificaciones estratégicas, sino que sepan gestionar la dimensión emocional de las personas. En definitiva, necesitamos directivos expertos en educación y sobre todo en humanidad, con capacidad de convocar y de entusiasmar, pues nada en la vida se puede lograr si falta el entusiasmo.

Cada día estoy más y más convencido de que en educación hace falta pasión. Quien vive con pasión, despierta pasiones. Pasión por la educación y por el país. Los directivos deben ser militantes de la ilusión y de la esperanza, capaces de contagiarla a otros. Capaces también de soñar una Venezuela próspera, pacífica y fraternal y de arriesgarse en la construcción de sus sueños, capaces, en consecuencia, de superar la sensatez de los especialistas y expertos, para asumir la osadía de los valientes. Y en estos tiempos de tanta palabrería hueca, de tanta retórica inflada y vacía, necesitamos directivos coherentes, que prediquen con el ejemplo, que disfrutan lo que hacen, con un gran coraje moral, comprometidos con la educación y con los educandos más que con el partido, capaces de dirigir las fuerzas y energías de los demás hacia metas positivas.

Se trata, en definitiva, de hacer de cada director un líder que haga crecer a las personas, que las tenga motivadas y contentas, muy identificadas con el proyecto educativo y su misión. En definitiva, necesitamos directivos con autoridad y no sólo con poder. El poder viene asociado al cargo y se lo dan sus superiores; la autoridad se la dan las personas con las que trabajan y se la dan porque precisamente reconocen su liderazgo, su responsabilidad, es decir, su capacidad de responder ante las situaciones problemáticas y de no amilanarse ante las dificultades.

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