Química Asesina (Creepypasta fanfic)//Prólogo

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¡Ay, qué hambre tengo! Llevo desde ayer por la noche sin comer nada. ¿No habrá por aquí una deliciosa presa? Normalmente esta calle suele estar llena de críos borrachos que van de fiesta, prostitutas, narcos, yonkis con el mono y gente saliendo de trabajar. Parece que hoy no es mi día de suerte.

Miro las vacías calles de la ciudad desde la cornisa de un edificio de cuatro plantas buscando algo que comer. Nada por la izquierda... nada por la derecha...nada de frent- ¡Bingo! Una oveja descarriada. Bajo sigilosamente colgándome por el alfeizar de las ventanas y le persigo unos cuantos metros, acelerando el paso al mismo tiempo que lo hacía mi nerviosa presa, hasta el punto en que acabamos corriendo. Tras varios metros de carrera, el corderito se mete en un callejón sin salida. ¡Qué estúpido! Me ha facilitado el trabajo.

-Nunca debiste echar a correr sin mirar por donde vas, corderito. Estás acorralado.

-¿Qué quieres de mí? -interroga asustado-. Toma mi dinero y déjame marchar -suplica tirándome su cartera.

-¡Jajajaja! ¿Qué te hace pensar que quiero tu sucio dinero? Quiero comida.

-No es mucho dinero, pero te dará para comer.

¿Este hombre se cayó de la cuna de pequeño o le daban collejas en el colegio? Bueno, no tienen que ser muy inteligentes para ser comida.

-Bueno, dejemos la charla, es de mala educación hablar mientras se come -digo mientras me aproximo al hombre con una sonrisa macabra.

Bueno, os podéis imaginar lo que pasó: Gritos, sangre, más gritos, más sangre, vísceras, carne... El caso es que he probado gente mejor... ¡Puag! Sabe como si no se hubiera duchado en muchos días. Iré al río a ver si pesco algo con mejor sabor.

En cuestión de minutos llego al bosque más famoso de la zona, ya que en este bosque han desaparecido muchas personas durante la noche. Mientras me voy adentrando con paso tranquilo, a unos metros de la entrada, escucho pasos detrás de mí.

-Vaya, vaya, parece que Caperucita se ha perdido en el bosque.

-¡¿Quién habla?! -pregunto molesta en la dirección de la voz.

En ese momento, aparece un chico de piel blanca como la nieve, cabello largo azabache, sudadera blanca y pantalón negro. Su mirada sin párpados y su sonrisa cortada me hicieron latir el corazón a mucha velocidad.

-Soy el lobo feroz -responde antes de reír sádicamente- Me llaman Jeff, Jeff the Killer

-Como si te llaman Juancho el Cocodrilo. ¿Qué demonios quieres?

-Estás en mi territorio -dice mientras se acerca jugando con un cuchillo-. Y si no te vas por las buenas, este lobo te va a devorar.

-¿Devorarme? ¿Tú? ¡No me hagas reír! Tendrás que echarme por la fuerza.

-Si eso quieres...

Corrió hacia mí con el cuchillo en alto dispuesto a apuñalarme, pero le esquivé y le di una patada en el trasero para que se cayese de bruces. Dio una voltereta en el suelo y me lanzó el cuchillo, que me rozó la mejilla y me hizo un leve corte. En ese momento, lancé la ofensiva: salté a una de las ramas de un árbol y me lancé a por él como una pantera hacia su presa. Forcejeamos por un rato, hasta que logró zafarse y tirarme fuertemente contra un árbol. Desorientada, me levanto mareada con una mano en la cabeza e intentando recobrar la compostura. En ese momento, sentí un gran dolor en el abdomen, y un rugido sobrenatural emana de mis cuerdas vocales.

-Esto te pasa por retar al rey -dice antes de marcharse.

Con un dolor inhumano en el abdomen y sangre brotando en abundancia de mi estómago, intenté caminar hasta un arroyo a pocos metros para lavar la herida. No caminé ni dos pasos y las piernas ya me fallaron, pero luchaba por escapar de los brazos de la muerte. Desfallecía con cada gota de sangre que abandonaba mi cuerpo.

-¿Necesitas ayuda?

Elevé la vista hacia quien me habló. Era un chico con gafas ámbar, un bozal y dos hachas a la espalda. Lo acompañaba un chico de máscara blanca con rasgos negros y otro chico de máscara negra, ojos y boca rojos y mueca triste. Asentí ante su pregunta (estúpida, la verdad). No se movieron del lugar, permanecían impasibles. El sueño me vencía, y el miedo a la muerte acrecentaba mi impaciencia. Le agarré el pantalón al chico del bozal con la mano que tenía libre, desesperada por recibir su ayuda, y desfallecí a sus pies.

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