The Trial of the Chicago 7 (Película): ¿quién nos protege de nuestros protectores?

Está nominada a Mejor Película en los premios Oscar

De la lista de las ocho nominadas al gran premio de la noche de los Oscar, debí empezar por esta y The sound of metal, ya que por encontrarse disponibles en las plataformas de streaming, eran mucho más accesibles. Con la excepción de Mank, que también está en Netflix, las demás películas eran más difíciles de encontrar y sin embargo, las vi primero. A causa de ello, llego tarde a sumarme a la opinión de las personas que ya habían visto esta historia: es una gran película.

The Trial of the Chicago 7 (El juicio de los 7 de Chicago) es un drama legal que se basa en uno de los juicios más populares de la historia de los Estados Unidos. En 1969, siete individuos (en realidad ocho) fueron detenidos en el marco de una ola de disturbios y manifestaciones que hubo en contra de la guerra de Vietnam. Jóvenes en su mayoría, todos fueron juzgados por conspirar en contra de la seguridad nacional y por incitar a la violencia. Veamos el contexto histórico: decenas de miles de jóvenes estadounidenses eran enviados al campo de batalla cada mes en el clima agitado de los años sesenta, la lucha por los derechos civiles, el racismo imperante en la sociedad, el asesinato de Martin Luther King y Malcolm X... fue una década convulsa que enfrentó de muchas maneras a dos fuerzas: de un lado, las masas que buscaban pronunciarse contra lo que creían que no estaba bien y en favor de un cambio que consideraban necesario; del otro, el sistema, las instituciones y el poder, que se negaba a modificar la estructura que había edificado y que comenzaba a tambalearse.

Una de las cosas a destacar de esta película es el montaje, la forma en que nos cuentan la histoia. La secuencia inicial es vertiginosa, vemos cómo desde distintos lugares y con diferentes motivaciones, una variedad de personajes quieren asistir a la convención del partido demócrata en Chicago para protestar en contra de la guerra de Vietnam.

La escena cambia con rapidez: clips televisivos de la época, multitudes, oficinas, estudiantes, familias, políticos; cada pocos segundos una escena da paso a otra, todas con un fondo musical que anuncia la inminencia del conflicto. La canción va in crescendo y justo cuando creemos que todo va a estallar... se detiene e inicia la película, con un ritmo sereno. Esto me pareció una genialidad porque la película trata del juicio y eso es lo que nos muestra tras esos primeros minutos que sirven muy bien para denotar el contexto del proceso judicial. No es que no muestren los disturbios, sino que el juicio es lo principal y es el hilo conductor de la narración, con diferentes rupturas temporales que muestran escenas previas o posteriores a lo que se nos está contando, manteniéndonos despiertos, atentos y entretenidos, porque a pesar de tratarse de un drama legal y de que el tema que se trata es un tema bastante serio, hay espacio para las risas, propiciadas por esa variopinta colección de personajes que son los protagonistas de la historia.

En pocos lugares como en un juzgado la confrontación queda tan claramente expuesta. De un lado, los ocho acusados y el abogado de la defensa que tiene la tarea, no sólo de evitar la condena, sino de mantener a raya a estos inquietos personajes; y del otro, la fiscalía, el brazo del poder, el soldado que ha sido encomendado con la misión de condenar a esos hombres por un delito que, nos damos cuenta desde el inicio, no cometieron.

Pero somos fanáticos de lo imposible. Mientras menos posibilidades tiene el protagonista de salvarse, más nos gusta la película. Y en temas de legalidad, mientras más justa parezca una causa y más injusto resulte el sistema que debiera impartir esa justicia, más queremos ponernos en favor de los débiles. En la mítica historia de David contra Goliat, estamos con David. Estamos con Atticus Finch en Matar un ruiseñor, estamos con Horace Benbow en Santuario y por supuesto, estamos con William Kunstler, el abogado defensor, en el juicio de Chicago, un proceso que enfrentó a ocho individuos contra un sistema que los había condenado sin juzgarlos, que de antemano había dictado el veredicto y que no tuvo la necesidad de utilizar tretas para hacer caer a los acusados, porque ya los tenía en el suelo, con las manos en la nuca y esposados. El mismo temor a la izquierda, al comunismo, al cambio, a una ideología diferente, a perder el poder, que llevó al gobierno de los EEUU a asesinar a Fred Hampton (personaje que aparece brevemente en esta cinta, pero cuya vida política se narra en Judas and the Black Messiah), fue el que los hizo utilizar a estos individuos como chivos expiatorios.

Si sumamos a esa trama y a ese montaje, el talento de Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen, Joseph Gordon-Levitt, Michael Keaton (quien aparece por cinco minutos), Frank Langella, John Carroll Lynch, Mark Rylance y Jeremy Strong, todos ellos excelentes actores, obtenemos una muy buena película. Pero si además agregamos la pluma de Aaron Sorkin, obtenemos una gran película. Aunque no ha dirigido muchos largometrajes, el director de esta cinta Aaron Sorkin es el responsable de haber escrito los guiones de Moneyball, The Social Network y aquel thriller legal de 1992 con Tom Cruise y Jack Nicholson, A few good men, con lo que queda claro que el hombre sabe escribir. Fueron esos dos aspectos, el guión y el montaje, los que me parecieron más destacados en una película que mantiene al espectador pegado a su asiento e involucrado en la historia. Quien ve la película siente, al igual que los personajes, la rabia, la impotencia, la derrota anticipada, las risas, el dolor, el peso de una injusticia impartida por el mismo brazo que debiera promover el valor opuesto.

Las instituciones de cualquier estado tienen la misión de velar por el bienestar de sus ciudadanos, de defenderlos, cuidarlos, protegerlos, pero ¿qué hacer cuando el brazo que debiera levantarte es el mismo que te arroja al suelo? Cuando la policía te ataca, cuando el juez te condena sin oírte, cuando las autoridades te consideran una amenaza y en lugar de resguardarte, te persiguen, ¿quién nos protege de nuestros protectores?

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