Los nuevos judíos de Sudamérica

Por Jorge Montenegro

En estos días tuve la oportunidad de asistir a unos cursos dictados por un profesor del IESA. En realidad a grabar las sesiones, no como participante. Es uno de los tantos esfuerzos que realizan las empresas de este país, para capacitar a los profesionales que aún se mantienen aquí y asuman los retos del mediano y largo plazo.

En el almuerzo, obviamente hablamos del monotema del momento: La diáspora. Por el "color" de sus declaraciones, prefiero no decir su nombre.

Dijo él -nativo de un pueblo guariqueño y cuya descendencia española llegó en galeón- que en líneas generales no sólo la migración que vino a Venezuela desde Sudamérica era pobre, también la europea. Pérez Jiménez abrió la puerta a muchos extranjeros, provenientes de países que quedaron destruidos después de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría ejercieron la agricultura y los pequeños negocios, y por eso su aporte en lo económico fue importante, pero en lo cultural muy poco.

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Para él, la migración más importante que tuvo Venezuela fue una de las menos numerosas: La judía. Fue un grupo que llegó en los años 30, en su mayoría de Checoslovaquia y que tenían un alto nivel académico. La mayoría de las universidades, clínicas, museos y el mismo IESA se lo debemos a ellos. Lamentablemente la mayoría se quedó en Caracas, única ciudad de Venezuela donde yo sé qué hay una sinagoga.

La mayoría de los venezolanos que huye del país no lo hace para crear un proyecto personal o social, sino para salir del estrés que significa vivir en una nación gobernada por unos dementes, que emplean chismes o terapias de shock para hacerse millonarios, por ejemplo, la presunta Misión Ubica tu Casa.

El alto nivel académico de -al menos un grupo importante- los venezolanos es lo que ha hecho que los Gobiernos de Sudamérica nos reciban con los brazos abiertos. Piensan que somos los judíos que se convirtieron en Venezolanos hace 90 años, no para que robemos o seamos sus jardineros. Ellos quieren que esos venezolanos se organicen, siembren cultura y progreso. Hasta donde sé, solo en Perú han logrado organizarse como bloque, al menos para recibir a quienes diariamente buscan una mejor vida en otras tierras.

Nos abren las fronteras porque Venezuela posee un capital humano profesional con el cual no cuentan Colombia, Ecuador, Perú, Chile... porque la educación universitaria en esos países es muy cara.

Por ello, ese profesor considera que no debemos decirle a los venezolanos que vuelvan (aunque quieres partieron con un mal plan, vuelven antes que se le terminen los reales), sino que se queden, creen progreso y con ese capital económico y humano ayuden a la reconstrucción del país desde afuera. Que no se queden en la mediocridad del trabajito que les permite ir al cine un fin de semana, tomarse un selfie con un café de starbucks y comunicarle a los demás que llevan vida de millonarios, cuando en realidad trabajan hasta los fines de semana.

Las duras palabras de este profesor, para mí significan que es hora de sacarse el rancho de la cabeza. Yo no podría decir que, por ejemplo, la inmigración italiana de Maracay solo se concentró en hacer un club social para ellos en Las Delicias. Muy pocas ciudades -no capitales- de Sudamérica tienen como icono a una moderna torre de más de 100 metros de altura. Su epónimo es el apellido de un italiano, quién después de su muerte también dejó industrias, centros comerciales y hasta un canal de televisión.

Pero ese llamado también hay que hacerlo a los criollos. Yo estudié en la Universidad Bicentenaria de Aragua. En esos tiempos -y en los actuales- se aseguraba que tenía un bajo nivel académico y que solo era un negocio. Si bien esa idea estuvo muy bien sembrada en sus propios estudiantes y egresados, yo digo hoy con orgullo que muchos de mis colegas han participado en documentales producidos por HBO en Japón, hecho reportajes sobre el deseo de entrar a la Universidad de las niñas de Bengala (India) o trabajan en transnacionales de la comunicación. Gente que conozco, que me escribe por redes sociales, me pregunta por mi mamá y me consultan mi opinión sobre las cagadas de cambios que ha hecho Carlos Guillén con los Tigres.

El nombre de Basilio Sánchez (rector de la UBA) es recordado por sus estudiantes como el carajo que no los dejaba presentar el examen si no pagaban (fíjense cómo éramos chavistas y no lo sabíamos). Para mí, es un hombre que le dio una universidad que necesitaba una ciudad de millón y medio de habitantes. Es más, en el caso de la escuela de Comunicación Social, también atendió a la población estudiantil de Valencia, ciudad aún más grande y que tampoco contaba con esa carrera. A mí me gustaría que me recordaran así.

Es un momento para el cambio, pero ese cambio no significa necesariamente salir del país o buscar ganar más dinero. El cambio que nos exige el presente es el dejarnos de repetir chismes de viejas y pensar en construir algo que deje en mejor estado el país en el que vivimos (o el país natal).

Para mí, no falta mucho para el cambio económico y político llegue a Venezuela, ya que la hiperinflación está destruyendo al Estado, pero si hemos perdido mucho tiempo "esperando" el cambio en lugar de ir construyendo el futuro, que llegará cuando tenga que llegar.

No hay excusas para no estar preparados para un cambio que hemos esperado por 20 años.

Y que de algo sirvió haber tenido un modelo de educación superior gratuito o casi regalado.

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