Análisis de "El cuervo" de Edgar Allan Poe

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En primer lugar, para hablar de la obra de Poe, en éste caso, “El cuervo”, es menester tener presente aunque sea un ápice de la vida del poeta norteamericano. Y es que pues, la vida de Poe es la sombra que se proyecta sobre sus escritos. Su alcoholismo, sus depresiones, su dolor; sus penas, sus fracasos amorosos, todo eso se ve y se aprecia condensado en poemas como “El cuervo” o en sus cuentos como “El demonio de la perversidad”.

Poe, quien además fue el creador de la “novela negra”, es decir, de la novela de detectives en donde la resolución del caso quedaba en un segundo plano, mientras que lo principal era la personalidad del detective, rompió con ese paradigma de Sherlock Holmes, al enseñarnos con “Los asesinatos de la calle Morgue” a un detective dubitativo y aterrado, carente de la fórmula tradicional en donde sólo importa la resolución del caso a través del genio infalible del hombre que hace la ley.
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El poema “El cuervo” es un poema narrado desde el punto de vista del protagonista como una crónica del horror que tuvo lugar en un pasado que pareciera distante sí, pero lo suficientemente cercano como si se pudiera ver cual gasa tupida cubriendo a sus ojos. ¿Qué es el horror? El horror viene siendo aquel sentimiento que arropa a no sólo el cuerpo sino a la mente y al juicio del sujeto que lo padece. El horror es la narrativa y la invocación del instinto primitivo del ser humano, el miedo hacia lo desconocido, el miedo por lo peligroso; el miedo por la aceptación de la verdad. Los monstruos son horrorosos. Pero aquí debemos hacer una acotación necesaria con la voz anteriormente mencionada: “monstruo”.
Monstruo viene de “mostrare” en latín. Significa “el que muestra”, “el que enseña”; “el que lleva el mensaje”. Siendo este el caso, podemos componer una sinfonía en marcha fúnebre que describa al horror de la figura del monstruo en dos partes: (I) Todas las verdades son monstruosas en sí mismas. La monstruosidad de Dios no yace en sus juicios, sino en las verdades que Él conoce del universo; la verdad de la vida; mi verdad, Dios la conoce. (II) Soy un monstruo a medida en que me revelo cómo realmente soy ante los demás.
El poema comienza:

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
(…)

Aquella vieja ciencia de la cual habla Poe se trata de la alquimia. Poe, el poeta; el protagonista de éste relato buscaba a través de la alquimia alcanzar el mayor logro de esta olvidada ciencia: la piedra filosofal, la que convierte a todos los metales inferiores en oro, y la misma que puede devolverle la vida a una persona.
(…)
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.
(…)

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Aquí se presentala entrada de la figura del cuervo dentro de ésta historia de horror. Su entrada en escena pertenece a la entrada del villano literario. Aquel que entra por la fuerza rompiendo con la quietud, con la calma, así estas sean falsas. Es amenazante. A continuación, éste ominoso animal se posa sobre el busto de Palas. Antes de continuar debemos volver a realizar un paréntesis. Aquí podríamos hablar de diferentes tradiciones helenas que, por un lado documentan que Palas se trata de una figura diferente a la de la diosa Atena, como también diosa de la sabiduría. Pero para evitar cualquier disputa que nos saque del contexto del poema, seguiremos con la tradición que seguramente usó Poe, en donde Palas es otra forma de referirse a la diosa Atena. Prosiguiendo con la narración, el cuervo, el enemigo, el ser maligno se posa justamente sobre el símbolo dentro del escenario que representa a la sabiduría. Esto significa que la sabiduría ha sido tomada por el mal. Pero ya continuaremos con dicha narrativa más adelante.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-.
no serás un cobarde.
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

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El cuervo aquí nos enseña su poder. El poder de la palabra. La palabra es el poder del hombre. Un poder superior al de los dioses. La palabra matizó al universo y le dio origen a Dios. Ahora, el cuervo posee la palabra. Y su palabra serán siempre la contestación de lo que el hombre desea escuchar. Dos palabras que serán siempre la respuestas a sus interrogantes.
La tautología del “Nunca más” destapan al horror del protagonista. Destapan y hacen que brote como si fuera su caja de Pandora, todos esos horrores sepultados en las profundidades del abismo insondeable en que se había convertido su corazón. Sale la ironía al aceptar su propio dolor con el siguiente pasaje:

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

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Notando aquí el protagonista al pasado perdido e irrecuperable. Al amor destruido presa de la muerte y del horror. En esto cabila su mente. Su espíritu sosegado y entregado al mismo tiempo a la nada no le deja otra opción salvo en la de convertirse en el hombre que busca una piedad desde la cólera de aquel sujeto que se siente acorralado por algo de lo cual no puede defenderse:

“¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

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Ante el horror, el ser humano busca a Dios. Dios supone ser la salvación y la redención del hombre. La luz que vence a todas las sombras incluso cuando la sabiduría ha sido oscurecida por el mal. Mal representado en la figura del cuervo de ojos encendidos como tizones demoniacos. Aquel hombre caído de rodillas mientras exclamaba “profeta” desea encontrarse en el Edén con su amada Leonora. Pero el cuervo al responderle “nunca más” le hace entender que tal sitio no existe. O que al menos, no existe para él.
A continuación, el narrador ya al borde de la locura decide enfrentar al cuervo demoniaco que yace posado sobre el dintel de su puerta en el busto de Palas. Pero su empresa fracasa, y en su lugar acepta a las palabras del cuervo que eran, como ya dijimos, las mismas palabras que él atesoraba escuchar. El cuervo ganó el combate adueñándose así del hogar y del alma de aquel hombre por siempre y para siempre.
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