Regalo de cumpleaños. Relato

¡Saludos, amables visitantes de mi blog!

He vuelto a hacer algunos ejercicios narrativos y, de ellos, elegí el texto que les traigo en esta oportunidad. Es un relato en parte anecdótico y en parte (mayor parte) imaginario. Espero que disfruten la lectura y dejen sus comentarios.

Regalo de cumpleaños

Ese día yo cumplía seis años. A diferencia de como lo hacía siempre, me levanté al primer llamado y me arreglé solita para que mi hermano me llevara a la guardería. Nuestros padres se iban al trabajo muy temprano y mi preparación quedaba a cargo de mi hermano mayor quien, con poca paciencia, me ayudaba a arreglarme y me llevaba luego a la casa de una señora muy gruñona que se ganaba la vida cuidando niños de mujeres que trabajaban y no los podían cuidar ellas mismas. Mi hermano celebró con un “¡Vaya, se nota que hoy creciste un poco!” mi buena disposición para alistarme por mí misma y, una vez que terminé mi desayuno, me llevó a casa de aquella bruja. Siempre me dejaba ahí, desvalida, abandonada, y se iba para su escuela. Por ese entonces él estudiaba cuarto grado. El año escolar siguiente yo también iría a su escuela a estudiar primer grado y seguramente nos iríamos juntos. Ese día, mi hermano no iría a buscarme de vuelta. “Como ya tienes seis años deberás irte sola para la casa. Te vas derechito. No te distraigas con nada en el camino.” Yo asentí con la cabeza y, desde el jardín de la casa de la bruja, lo vi alejarse casi corriendo. Ya ella me había recibido y escuchó la instrucción de mi hermano. Sabía que yo había crecido y podría volver sola a mi casa. El día transcurrió lentamente. O quizás pasó tan rápido como de costumbre pero, la ansiedad por andar por ahí sin una persona mayor guiándome en el camino, me hacía ver muy lejos el momento en que me indicaran que ya podía marcharme. Finalmente ocurrió y puse los pies fuera de aquella casa sintiendo que mi mayoría de edad me permitiría no solo andar sola por la calle sino decidir también el ritmo de mi andar y las pausas que tomaría para llegar a mi destino.

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El camino a mi hogar – que describía una L perfecta – no contemplaba ningún riesgo: solo unas pocas viviendas entre la guardería y mi casa. No había que cruzar carreteras. Luego de recorrer la primera línea de casas y cruzar la esquina, se divisaba la mía.
Entre la esquina y mi hogar había un pequeño parquecito con un tobogán, un columpio y una rueda. Lo atravesé. Me subí a la rueda. Di dos vueltecitas y me bajé para seguir mi camino a casa. Era la primera vez que daba vueltas ahí yo sola. Con la ayuda de mi hermano era mucho más divertido pues yo solo me sentaba y lo veía correr para empujar la rueda y luego saltar a ella para aprovechar el efecto de su envión. A veces él se bajaba y corría incansable para hacerla girar solo para mí.
Al acercarme a casa noté que mi mamá ya había vuelto de su trabajo. Me esperaba en la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho y el ceño fruncido.
-¿Tu hermano no te dijo que te vinieras derechito para la casa?.- me preguntó cuando llegué junto a ella.
Yo asentí con la cabeza. Mis labios estaban rígidos y como pegados uno del otro.
-Y entonces, ¿por qué te metiste al parquecito?
Antes de atinar a pensar una respuesta, sentí el primer azote en la parte desnuda de mi pierna derecha pues mis pantalones me cubrían hasta la mitad de mis muslos. Inmediatamente, otro y luego otro y otro y otro. Yo apretaba mis dientes para no suplicar mientras mis lágrimas brotaban incontenibles por el dolor que me causaban aquellos latigazos que se sentían como las mordidas de muchas serpientes furiosas. Creo recordar que mi madre hablaba. Seguramente me daba explicaciones de por qué me aleccionaba de aquel modo. Un líquido tibio corrió por mis piernas. Y solo entonces cesó la lluvia de azotes.

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En el cuarto, mi hermano me ayudó a limpiar la sangre de mis heridas y me entregó luego un pantalón largo de tela muy suave que no me lastimaría al usarlo y que me permitiría ocultar las marcas de mi castigo por lo menos mientras estuviéramos cantando cumpleaños con los amigos cercanos.
Después que comimos una porción de torta y se fueron nuestros vecinos, le pregunté a mamá:
-¿Con qué fue que me pegaste?
Me miró con una expresión similar a aquella con la que me había recibido hacía unas horas atrás y, en lugar de responder, preguntó:
-¿Qué? ¿quieres probarlo otra vez?

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¡Gracias por su lectura!

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