Dulces sueños

Llevar a los niños a la cama, en ocasiones, constituye un verdadero dolor de cabeza para quienes tienen esta responsabilidad.
Primero está convencerlos de que ya han jugado lo suficiente como para que ahora deban descansar. También está el argumento infalible – si ese fuera el caso - de que tienen clases al día siguiente. Esto casi nunca es fácil, pues, jugar siempre es la actividad preferida de los niños. Y ellos no se cansan así que no necesitan ir a la cama. Acompañarle, aunque sea por pocos minutos es siempre el remedio más eficaz para este mal. ¿Quién – grande o chico – no se siente menos atemorizado cuando está acompañado?
Porque, a veces, aunque el mismo infante reconoce que desea dormir, también está la noche con su oscuridad, con sus misterios y temores. Y están los sueños habitados por imágenes, espacios, personajes. Tras una pesadilla es aun más difícil convencer al niño de que debe ir (solito) a la cama.
La literatura recrea estas situaciones de distinta manera y, aunque casi nunca la resistencia de los menores a irse a dormir obedece a la existencia de un verdadero monstruo en la habitación como bien ocurre en Una cama para tres (2015), de Yolanda Reyes e Ivar Da Coll (ilustrador), sí se presentan otros monstruos que por ser menos corpóreos impiden la comprensión de parte de los adultos que atienden y cuidan de los menores.
En la obra Tú no me vas a creer (2013), de Jaime Blume e Irene Savino (ilustradora), encontramos a un hablante lírico que expresa una seria dificultad a la hora de irse a dormir debido a una pesadilla que le inquieta y le impide disfrutar de un sueño placentero.
“Antenoche estuvo el Malo”, comienza diciendo la voz lírica y también interpela a la madre en ese mismo lamento: “Tú no me vas a creer”.
Generalmente, esta incredulidad de parte del adulto es motivada, entre muchas otras cosas, a que pronto olvidamos que, en nuestra infancia, la soledad, la oscuridad, el silencio, los ruidos extraños, las sombras, eran los ingredientes que despertaban y acrecentaban nuestros temores de ir solos a nuestro dormitorio.
En la obra citada, resuena la voz de la madre: “Son sueños, mi niño; sueños”, en un intento de sosegar al niño haciendo uso de un argumento que poco o nada le consuela, pues, en estos casos, el (re)conocimiento de la naturaleza de aquello a lo que se teme sirve de poco para evitarlo a futuro. De hecho, a partir de estos primeros versos, el hablante pasa a describir lo que ha sufrido en sus sueños en manos de aquél que puebla sus pesadillas:
“Me amarró con gruesas cuerdas, / me cubrió con negra capa, / y mientras todos dormían / me arrastró fuera de casa.”

IMG_20180206_121530.jpg

IMG_20180206_121501.jpg

Estas imágenes se van transformando de tenebrosas y sombrías a refrescantes, gratas y llenas de luz en la medida en que aparece la figura de la madre quien tiene la facultad de ahuyentar al Malo y brindar tranquilidad al infante con su abrazo y sus caricias.
El hablante lo recrea diciendo: “Tanto de menos te eché / que tú viniste a buscarme. / El Malo retrocedió, / sin atreverse a tocarme.”

IMG_20180206_121632.jpg

La presencia y las palabras de la madre logran restituir la tranquilidad de espíritu y la confianza del niño al punto que le hace afirmar luego: “En tus brazos me tomaste, / tus manos me acariciaron: / me cubriste con tu manto / y los sustos se esfumaron.”

IMG_20180206_121650.jpg

La compañía, el abrazo, la caricia, las palabras de los padres brindan a los niños una protección mágica para las situaciones que les atemorizan. Y, aunque los niños no renunciarían a la compañía de los padres, saben que no siempre contarán con su presencia, pues, admiten que papá y mamá tienen otras ocupaciones. No obstante, los niños que son atendidos oportunamente ante estos temores tienen la certeza de que si se les presenta alguna adversidad, sus padres aparecerán y les protegerán.
Cuando esa compañía se condimenta además con canciones, poesía y relatos, el beneficio se multiplica, en virtud de que no se tratará solo de evitar la soledad sino de experimentar juntos la sonoridad, la rima, el ritmo de versos y canciones y de reír, llorar, asombrarse, deleitarse al recorrer mundos de ficción.
En La tarea del testigo (2007), de R. Guerra, J. A., el personaje central de la novela, dice que oír los relatos de un viejo sirviente le ayudó a sosegarse, a entrar en un sueño tranquilo y placentero aun después de haber presenciado los horrores de la guerra (p. 30)
La lectura contribuye enormemente a crear y estrechar las relaciones afectivas entre quienes leen juntos, les hermana como compañeros de estas aventuras que acometen de forma conjunta y les hace partícipes de las mismas experiencias. A los niños en particular les alivia los temores y les ayuda a fortalecer la autoestima generándoles seguridad en sí mismos.
Soñar es un viaje en el que nos embarcamos en absoluta soledad. No sabemos si hallaremos compañía (grata compañía) en el mundo de los sueños ni si arribaremos a un lugar agradable. Pero, aunque la experiencia onírica no es posible abordarla en grupo, el niño se entregará a ella más fácilmente si tiene la certeza de que una persona que le ama está velando su sueño. Solo de este modo podrá hacer suyos los versos que cierran la obra de Blume y Savino:
“Antenoche estuvo el Malo / - tú no me vas a creer - / pero estando tú a mi lado / nada tengo que temer”.

(Imágenes fotográficas tomadas a mi obra personal de estudio)

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now
Logo
Center