Crónica de una despedida

Desde hace varios meses, mi mamá tomó la decisión de buscar condiciones donde mis hermanas pudieran crecer sin tanta complicación como hay en Venezuela. Eso suponía sacrificios de todos. Mi hermano y yo fuimos padre y madre suplente - como nos llamaban - de las niñas mientras se terminaba de planificar su migración.

Sonó el despertador a la misma hora de siempre, todo parecía estar en completa normalidad cuando me di cuenta que era hora de vestirse para ir al aeropuerto. Mi mamá estaba lista, las maletas en la puerta y mi hermano hacía el desayuno para todos.

Suelo ducharme escuchando música, así que para levantarme el ánimo decidí poner rock, el que siempre me ha acompañado en los momentos que necesito un empujón, ese que canto a todo pulmón para sanar los males, porque me sentí así: sin ánimo. Después de un par de canciones ya estaba lista.

Mi hermano sirvió la comida y mis hermanitas nos llamaron a todos para comer juntos “porque era la última vez” que nos sentaríamos en nuestros puestos habituales a desayunar en familia y viéndolas se me escapó la primera lágrima. No pude terminar de comer, el llanto me quitó el apetito.

Llegó la hora de salir. Nos montamos todos en el carro, esta vez con caras de tristeza, no como todas las tantas veces que salíamos a pasear; y emprendimos rumbo al aeropuerto.

Pesaron maletas, mostraron los permisos, pasaportes y chequearon. Ya con el boarding pass en mano me di cuenta de que era real: mis hermanitas, mi prima y mi mamá se iban en búsqueda de mejores despertares, de abastecimiento, de calidad de servicios y de la calidad de vida que nos quitaron.

Nos sentamos en la sala de espera a hablar de cualquier cosa para que no se nos escaparan más lágrimas, pero era inevitable. Nos tomamos fotos con sonrisas que realmente escondían tristeza. Veíamos fotos viejas, nos reíamos de las locuras de las niñas y recordamos todos esos lindos momentos en los que estuvimos juntos: las idas a Mérida, a Los Cayos, a Punto Fijo, a la piscina, la vereda, al cine y tantas otras cosas que compartimos y disfrutamos.

Nos dio la hora y ya tenían que pasar a la puerta de embarque. Las niñas corrieron a tomarme de la mano, estos meses de madre suplente se reflejaron en las miradas y los besos de amor que me dieron y con un “te amo, Ama” se despidieron. Abrazaron fuerte los osos de peluche que un par de años atrás les regalé. Mami me abrazó rápido para no llorar. Abracé a mi prima y le encargue los tesoros que llevaba con ella. Y se fueron.

Cada vez que iba al aeropuerto veía, al menos, a una familia llorando frente al pasillo de salida. Esta vez me tocó a mí, también entre llantos, despedir a parte de la mía. No busco culpables a esta situación que vivimos, pero si pido que atiendan a nuestro país porque nos estamos quedando sin gente que trabaje para que nuestra Venezuela cambie.

PD. Este texto lo escribi el 15 de junio del 2016, tratando de ponerle nombre a lo que sentimos cuando una parte de nuestro corazón vuela hacia mejores horizontes, y todavía se me escapa una lágrima cuando lo leo.

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