Al mirarme al espejo veía otra yo, una nueva yo a decir verdad, mucho más feliz, la que se había perdonado todos los errores del pasado, con unos años de más y en la piel ya se notaba, esta vez esas líneas de expresión no eran por enojo sino de tanto reír, lo veía como tatuajes de este viaje.
Pero como todo mis amigos llega a su fin, se cierra ese ciclo y empieza otro, nunca más las vivencias volverían a ser la mismas, me quedaban las heridas de guerra y de felicidad, pero esta vez me veía al espejo y no me encontraba, no me reconocía, no se extrañen es fácil perderse cuando no se quiere ser encontrado, yo no quería volver a ver en el espejo el rostro de lo que fui, y al no saber quien era ahora no podía ver más allá que una gran mancha borrosa.
Evitaba mirarme porque no quería lidear con esa extraña, no te conozco y de verdad no tengo ganas de empezar de nuevo, desde donde sea donde me haya dejado el viaje anterior, pero resulta que no era negociable porque me estaba dando cuenta que al final del día solo te tienes a ti y que si no abrazas el frío te va a consumir.
Pase meses con el frío hasta en los huesos, buscando en amistades y familiares eso que anhelaba pero ya no estaba, por lo menos no como antes, notaba como los demás me miraban y yo pensaba, ¿de quien hablan?, ¿quien es capaz de hacer lo que ellos dicen?, no puedo ser yo.
Me resigne a conversaciones en las que no optenia nada que no se esfumara en unos minutos, y que esa chispa que solo podía darme una persona ya no volvería a mi. Después de más de 100 conversaciones intente con la única persona con la que no he hablado, con esa mancha borrosa que veía cada día.
No se como me irá, solo les puedo decir que no hay nadie más. Estoy con ella otra vez enfrentando lo que se venga, no les digo que me cae bien pero es lo único que tengo. La única que estará conmigo hasta el último segundo, nos queramos o no.
