14 tonos de gris (relato)

14 tonos de gris (y puntos intermedios).

Una habitación sencilla; más que sencilla, minimalista. Todo el decorado de la sala era menor que el del reverso de alguna de las muchas cartas regadas caóticamente en la mesa redonda de mantel blanco; el único ornato era la planta en su maceta de ahí, de un verde que no inspiraba vida alguna.
Los colores más alegres eran de hecho los de las cartas, las ropas de los dos hombres eran de colores pertenecientes a una escala de 14 tonos de gris y puntos intermedios, jugaban (sin concentrarse en ello) una versión de solitario. La memoria de esta escena no tiene color alguno, se forma de una colección de 14 tonos de escala de grises y puntos intermedios.
Alguien toca la puerta y entra sin esperar a que le abran. Otro hombre con el mismo sobrio atuendo que los otros: saco, corbata y sombrero de color formado por 14 tonos de una escala de grises y puntos intermedios.
—¡Qué bien que llegues!, esta vez por favor tratemos de terminar sin sorpresas, sin enfados, ¿está bien?
— No es culpa mía que no hayamos terminado.
Sin colgar el saco, se sentó en la mesa y los otros dos se movieron para quedar en las puntas de un imaginario triángulo equilátero; el hombre, que aún no decía nada, agrupó las cartas y comenzó a reunirlas en una baraja, después las contó una a una, excluyendo a los dos
comodines, en seguida les dio un corte, una barajeada más, y otro corte; las dejó en el centro de la mesa y se puso de pie, después salió de la sala y regresó con una botella de tequila blanco, un cenicero y tres vasos. Todo esto transcurrió en silencio mientras los otros dos hombres se quedaban mirando con el cuello en un ángulo agudo y las cejas bajas.
No se escuchó ni el cortar de los limones ni el verter de la sal, no se escuchó el cerrar de la ventana ni el guardar del cuchillo, tampoco se escuchó al hombre sentarse y acomodar la silla, pero el servir del tequila sí se escuchó.
Finalmente el hombre decidió hablar.
—No importa por qué no hemos terminado, sólo por favor terminemos de una vez.
Y siguió en silencio mientras continuaba haciendo la baraja.
—¿Piensas hablarme en esta ocasión?
—¡Claro! ¿Qué quieres que te pregunte?, ¿si has dormido bien?, ¿cómo has estado?; ¿acaso tu salud ha tenido algún cambio? ¡Bah!, conozco esas respuestas y tú conoces lo que te respondería si me lo preguntases.
—Fingir puede ayudar un poco a terminar.
—Fingir es lo que has hecho toda tu existencia, ya entra en razón.
Tres golpes de la baraja en la mesa los hicieron callar, el roce de las cartas entre ellas al ser repartidas se escuchó tan fuerte que les impidió seguir charlando.

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—Ya sé, ¿y si sólo esta vez hacemos una ronda y lo hacemos con otra baraja, una sin marcar, la que está en el cajón del trinchador? Un juego y con dos barajas, sólo para terminar.
—Sí, pero usemos también la baraja que está en el librero, la que tiene los anversos de color violeta, sólo para que cada quien tenga la baraja más cómoda para sí, has jugado tantos solitarios con la baraja del trinchador que conoces muy bien los daños en las equinas y sabrías de su anverso más que si estuvieran marcadas.
—Cállense ya los dos, hemos jugado ya con la baraja del trinchador y la de anverso violeta, hemos hecho ya un solo juego y aun así no hemos terminado, por favor, sólo una baraja y sólo tratemos de terminar.
Los otros dos no escucharon, cada uno fue, respectivamente, al librero y al trinchador, sacó con violencia los objetos que ocultaban las barajas y colgaron sus sacos de 14 tonos en escala de grises y puntos intermedios.
Pero no se escucharon los libros caer a la alfombra, ni los tenedores caer al piso de la cocina.
Ambos llegaron a la mesa al mismo tiempo, sacaron las barajas de su contenedor plástico y se las pusieron al tercer hombre en frente, él, después de un largo suspiro, las tomó y las mezcló con la baraja prima.
Sin sentarse, los hombres se barrieron con la mirada; se vieron sin sus sacos de 14 tonos en una escala de grises y puntos intermedios, uno mostrando tirantes negros con broches de color de puntos intermedios de dos de 14
tonos en una escala de grises, y otro con tirantes de pinzas en tonos grises y puntos intermedios, 14 para ser exactos.
Uno abrió la boca, pero el poderoso sonido de las cartas al ser barajeadas no le permitió hablar.
El hombre que continuaba sentado, barajeaba, desesperada pero hábilmente, el grueso paquete de 156 cartas, y arrojó los cuatro comodines restantes al piso, muy cerca de la puerta.
Sin perder compostura, arrojó quince cartas a cada punta del triángulo equilátero imaginario y les pidió que se sentaran.
Ya sentados, uno de ellos, el de las pinzas en sus tirantes, protestó.
—No confió en sus cuentas, traeré las fichas sólo para no tener más incentivos para discutir.
Se puso nuevamente de pie y se acercó de nuevo al librero, de donde sacó un juego de Risk, tomó la bolsa con fichas y dejó caer los soldaditos y la caja, pero no se escucharon los soldaditos caer.
Agitó la bolsa y dejó una montaña de fichas en el centro de la mesa, luego arrojó la bolsa al piso.
—Tome cada uno 1500 en fichas y dejen el resto como primer apuesta.
—¿Por qué 1500? Tomemos 3000 y no dejemos nada, apostemos de nuestra bolsa desde el principio.

El hombre que aún conservaba su saco de 14 colores, todos ellos grises y puntos intermedios, se llevó la mano derecha al rostro y apretó con sus dedos pulgar y medio cada una de sus sienes.
Sin hacer mayor expresión de protesta, empezó a acumular las fichas en torretas y a colocarlas cerca de las esquinas del triángulo equilátero imaginario.
—En cada monto hay 2000 en fichas, dejaremos el resto como segunda apuesta.
Los dos hombres sin saco se sentaron y empezaron a jugar en absoluto silencio.
La mesa recuperó la imagen caótica del principio, después el caos se fue enviciando más y más, las 156 cartas fueron abandonando su torre para formar, una a una, algo similar a un cardumen de peces rectangulares.
Equitativamente el cenicero se iba llenando de ceniza, la botella se iba vaciando y la sal agotando.
Habría ya sólo unas 20 cartas en el mazo cuando el silencio fue roto una vez más.
—Hagamos otro juego después de este.
—Sinvergüenza, habíamos dicho que uno, sólo uno, por eso te permití sacar la baraja del librero.
—Daré la mitad de mis fichas a la primera apuesta del segundo juego.

—Es una miseria, si quieres que hagamos un segundo juego tendrías que dar por lo menos las tres cuartas partes de lo que tienes.
—No seas tan ambicioso.
—Y tú no seas tan terco, pon esas fichas y jugaremos otro juego.
El que aún tenía saco, una vez más expresó cansancio.
—Ya, ya casi terminamos, sólo terminemos.
—¡No!, yo quiero jugar un juego más, no permitiré que esto se termine sin que él me deje intentarlo en un segundo juego, siempre me negó la segunda oportunidad y ahora, ahora que debemos terminar no me la va a negar.
—Y yo quiero que deje esas fichas, siempre se negó a pagar por sus caprichos, no terminaremos hasta que YO tenga esas fichas, no terminaremos hasta que, de menos con esas fichas, me pague un favor.
—¿Estás diciendo que te debo un favor?
—¡Más de uno, pero con uno me conformo! Me conformo con esas fichas aunque tenga que ganármelas en un vil juego de póker con 156 cartas, más adulterado no se puede.
El ofendido se puso de pie y sacó de su fajo una pistola, una pistola de colores que se pueden encontrar en cualquier punto intermedio de una escala de 14 tipos de gris.
—Mucha razón tienes, mejor terminemos de una
vez.
El segundo hombre sin saco se levantó y se puso en igualdad con otra pistola de 14 tonos de gris y puntos intermedios.
Ambos quitaron los seguros de sus armas, pero no se escuchó el sonido de estas al ser desaseguradas.
El último hombre sentado, abandono dicha posición y enfrentó las palmas de sus manos a los cañones de las armas.
—Deténganse. ¿No recuerdan?, ¿es acaso que no recuerdan por qué estamos aquí?, ¿por qué aún no hemos terminado?
La puerta se abrió.
La escena abandonó su tonalidad, ya nada después de ese momento tenía 14 tonos de gris o algún punto intermedio.
Dos mujeres entraron.
—¿Ya ves?, y tú que no me creías, te dije que siempre que llego me encuentro todo desordenado.
En el piso había una bolsa vacía, cuatro comodines, soldaditos, tenedores, libros y una caja.
En la mesa había tres vasos y un cenicero vacíos, una botella llena, un salero sin sal y ocho limones intactos y, por supuesto, 156 cartas de tres diferentes barajas emulando algo parecido a un cardumen de peces rectangulares.

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