El contenido destino en "Los adioses" de Juan Carlos Onetti

A 30 años de la muerte –30 de mayo de 1994– del relevante escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, iniciador de la narrativa moderna latinoamericana, retornamos a su significativa y enigmática obra para recordarlo entre sus lectores o promoverlo en aquellos que no lo conocen aún. Hace unos años publiqué en esta plataforma un post dedicado a él, que pueden visitar en este enlace, en el que me detuve en aspectos esenciales de su creación narrativa, por lo cual no volveré aquí sobre ellos.


Juan Carlos Onetti.jpg
El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti - Fuente


Onetti fue un excelente cuentista y un excelso novelista; son 13 sus novelas, siendo El pozo (1939) la primera, destacando luego La vida breve (1950), Los adioses (1954), El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964). Es reconocida la temática y el tono existencialista que impregnan su producción literaria, a través de personajes desamparados y decadentes, marcados por la soledad, la pérdida, la nostalgia, la imposibilidad frente a la existencia, la muerte. Este es el caso, por ejemplo, de su novela breve Los adioses, donde se nos narra, a través de la mirada de un testigo —el dueño del almacén, bar, posada—, la llegada y permanencia en ese pueblo serrano de un forastero venido a tratarse una enfermedad mortal.

La novela, al ser narrada desde la perspectiva de un personaje que forma parte de la historia contada, está conformada por una visión limitada (no omnisciente) y —como califica la narratología— un narrador no confiable, por lo cual se presenta con numerosos atisbos, irresoluciones, ambigüedades, dejando su respuesta en los lectores.

Seguidamente, les dejo unos fragmentos de ella, que sólo funcionarán como puntos de atracción para que la lean, por eso les dejo en las referencias un enlace para descargarla.


Portada de Cinco novelas cortas.jpg
Fuente


Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más sombrío del mostrador, vuelta la cara (...) hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo.
(...)
Pero, algunas veces, al regresar de la ciudad entraba en el almacén para tomar otra cerveza. Esto sucedía las tardes de fracaso, cuando el nombre de mujer que él había dibujado en el sobre se hacía incomprensible (...)
(...)
Lo veía llenar el vaso y vaciarlo en silencio, dándome el perfil, acodado en el mostrador, combatiendo la idea de que ni siquiera los pasados pueden conservarse inmutables, que las orejas más torpes tienen que escuchar el rumor de la arenilla que los pasados escarban para descender, alejarse, cambiar, seguir vivos. Se marchaba antes de emborracharse y caminaba hacia el hotel.
(...)
Así quedamos, el hombre y yo, virtualmente desconocidos y como al principio; muy de tarde en tarde se acomodaba en el rincón del mostrador para repetir su perfil encima de la botella de cerveza —de nuevo con su riguroso traje de ciudadano, corbata y sombrero—, para forcejear conmigo en el habitual duelo nunca declarado: luchando él por hacerme desaparecer, por borrar el testimonio de fracaso y desgracia que yo me emperraba en dar; luchando yo por la dudosa victoria de convencerlo de que todo esto era cierto, enfermedad, separación, acabamiento.
(...)
Poco antes de fin de año dejó de usar el ómnibus para llevar sus cartas a la ciudad; iba a pie desde el hotel y a veces yo lo veía pasar, con su vestimenta sin concesiones al lugar ni al tiempo, abrumado y distraído, tan lejos de nosotros como si nunca hubiera llegado al pueblo, con un brazo rígido, independiente del movimiento de la marcha, la mano hundida en el bolsillo del saco donde yo sabía que estaba la carta recién escrita, apretando la carta con aprensión y necesidad de confianza, como si le fuera imposible prever la forma, el dolor y las consecuencias de sus heridas.
(...)
Lo único que hice fue quemar las cartas y tratar de olvidarme; y pude, finalmente, rehabilitarme con creces del fracaso, solo ante mí, desdeñando la probabilidad de que me oyeran el enfermero, Gunz, el sargento y Andrade, descubriendo y cubriendo la cara del hombre, alzando los hombros, apartándome del cuerpo en la cama para ir hacia la galería de la casita de las portuguesas, hacia la mordiente noche helada, y diciendo en voz baja, con esforzada piedad, con desmayado desprecio, que al hombre no le quedaba otra cosa que la muerte y no había querido compartirla.
(...)
Y ahí estaba, en el suelo, el revólver oscuro, corto, adecuado, que él se había traído mezclado con la blancura de camisetas y pañuelos y que estuvo llevando, en el bolsillo o en la cintura, escondiéndolo con astucia y descaro, sabiendo que era a él mismo que ocultaba (...)
(...)
—Estaba desahuciado aunque, claro, nunca se lo dijeron. Usted sabe cómo es. Hacía veinte días que estaban en el sanatorio y lo teníamos en quietud, con inyecciones. Un régimen muy severo. Ni peor ni mejor. Siempre contento, era un caballero. Estaba la muchacha con él. No sé, señora, cuidándolo. Y esta mañana, cuando ella se despertó y el paciente no estaba en la habitación salimos a buscarlo por todo el sanatorio; después supimos que había bajado en la camioneta.
(...)
Me senté en el diván, estremecido y en paz; preferí no moverme cuando entró la muchacha y fue recta hasta la cama, copió con increíble lentitud mi ademán de descubrir y cubrir. (...) Casi sin respirar, miré a la muchacha que inclinaba la cara sobre el conjunto inoportuno, airadamente horizontal, de zapatos, pantalones y sábanas. Estuvo inmóvil, sin lágrimas, cejijunta, tardando en comprender lo que yo había descubierto meses atrás, la primera vez que el hombre entró en el almacén —no tenía más que eso y no quiso compartirlo—, decorosa, eterna, invencible, disponiéndose ya, sin presentirlo, para cualquier noche futura y violenta.


Referencias:
https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Carlos_Onetti
En el enlace siguiente pueden descargar Los adioses:
https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/los-adioses-web.pdf


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Gracias por su lectura.




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