Mini Historia de Terror: A Ellos no les gustan las visitas...

Hace pocos días que la abuela llegó de visita, permanecerá todo el mes con nosotros y no es algo que pueda molestarme menos. Comparte la habitación con mi hermana y conmigo, usamos una vieja trilítera y ella tiene la cama del medio, ya que es la más cómoda. Sólo ha pasado una semana y hemos comenzado a notar que la abuela se siente incómoda. Está callada todo el tiempo y siempre dice haber dormido terrible. Ella constantemente se hace llamar a sí misma “sensitiva” y se ha cansado de preguntarle a mi madre si algo extraño sucedió cerca de casa, mamá siempre responde que no, pero esto no la detiene de insistir.

El otro día la escuché hablando en voz baja con mi madre: “¡Los escuché!” Dijo la abuela, “Estaban correteando por el pasillo y, cuando abrí la puerta el sonido se detuvo.” Claramente, mamá tenía una explicación perfecta preparada: “Fue el gato; recuerda que en las noches siempre es muy inquieto.” Sin embargo, la abuela poseía un carácter muy fuerte y pocos son capaz de hacerla cambiar el criterio sobre algo cuando su convicción es alta; la discusión quedó sentenciada cuando ella dijo que ningún gato haría el ruido de tres niños correteando descalzos y, mucho menos, el sonido de una risa.

Más tarde, durante la noche, algo muy extraño sucedió. Todos nos despertamos de golpe ante el ruido de un cristal que se estrelló contra el suelo. La abuela estaba de pie en la puerta de nuestra habitación, mientras rezaba en voz baja; ella nunca fue alguien débil, pero esa noche la vi –por primera vez- sinceramente aterrada. Mi madre la calmó con un té y algunos susurros que no pude escuchar, recogió los trozos rotos del vaso destrozado en el suelo y le ofreció su habitación por esa noche. Tanto mi hermana como yo volvimos a la cama sin saber lo que había ocurrido.

No fue hasta la mañana siguiente que lo supe. Desperté temprano por el sonido de voces, mamá y la abuela estaban discutiendo, claramente el asunto de la noche anterior no había sido algo menor. Portando una voz aterrada, escuché a la abuela decirlo: “Era un hombre muy alto, y estaba inclinado sobre la cama de tu hija, ¡¿Cómo puedes negar que algo ocurre?!” Mi madre intentó refutarle al decir que nadie vio nada como eso al despertar esa noche; no en balde, estaba claro que la abuela no se refería a una persona… física.

La discusión continuó, y ninguna dio su brazo a torcer. Finalmente, el conflicto acabó con la abuela enojada dejando la casa para quedarse unos días en el departamento de mi tía. Me sentí triste al mirar su rostro frustrado cuando recogía las cosas de la habitación: “¿Tú me crees?” Me preguntó, cuando la ayudaba a cerrar el pequeño bolso que se llevaría. Ahogando toda la culpa y malestar que me producía el mentirle, negué. Habría querido decirle la verdad, pero no podía.

Mi padre se ofreció a llevarla y la abuela se marchó aquella tarde. Cuando la puerta de la casa estuvo cerrada, mi mirada chocó contra la de mi madre, antes que, casi como si no pudiese evitarlo, mis ojos observaron el único estante de la sala que tenía una disimulada cerradura. “Ella no debe saberlo.” Dijo mi madre, casi como si adivinara mis pensamientos. “Sabes que a su edad la alteración es peligrosa; sólo necesitan acostumbrarse a verla en casa y dejarán de molestarla.”
Hace un tiempo, mis padres habían entrado a una preocupante “religión.” Tenían fiestas extrañas y adoraban a unas figuras o rostros tallados en calabazas, a los cuales llamaban por raros nombres. Mensualmente les ofrecían cosas para “alimentarlos’’ y los mantenían bajo llave en aquel estante; nos dijeron que no debíamos mirarlos y tampoco faltarles el respeto; dormíamos con vasos de agua en los cuartos para no salir en las noches y evitar mirar algo que no debíamos.

Yo los odiaba.

¿Qué habría pensado la abuela si hubiese sabido que todo lo que escuchaba era exactamente lo que había estado aterrando a mi hermana y a mí por meses?
La abuela volvió poco después, nunca dejó de sentir aquellas cosas y, hasta su muerte meses más tarde… jamás lo supo. Mis padres se alejaron de todo aquello tras el trágico momento en que un repentino fallo de salud se llevó a la abuela, sin embargo, mi madre nunca dejó de culparse por lo ocurrido; pues, lo sabía, ellos nunca se acostumbraron a la presencia de la abuela en casa…


Conozco muchas historias de terror y misterio, muchas de ellas como experiencias de familiares y amigos; así que si te gusta esto, aquí encontrarás muchas más historias diariamente. <3

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