[ESP-ENG] LA ESPIGA

He soñado mucho, pues mucho tiempo permanecí dormido y he visto cosas maravillosas; mundos extraños y palpables a las yemas de mis dedos. Pero jamás había visto una espiga que me impresionara tanto y perteneciera a la realidad. Yo, incrédulo necio y nefasto, no pude evitar investigar sobre su origen; un fatídico comienzo.

Me encontré con un mundo maravilloso, iluminado por el alba y amplificado. Al ver fuentes claras, hojas y pastizales verdes como el musgo puro y un aroma diferente, perceptible como la vida, de nuevo me sentía vivo, listo para deambular por el mundo.

Mi atrofiado cuerpo tronaba, rechinaba como un cuerpo metálico oxidado. El tiempo quería dejarme sin espacios para poder caminar, pero mi mente fue más avispada y pudo sacarme de ese encierro. Mis fuerzas contraídas se relajaron y se liberaron hacia la entrada de un bosque. Un par de niñas alegres danzaban mientras entraban al sendero de los árboles. Mi curiosidad despertó y decidí seguirlas.

No escuchaba música ni cantos de una voz melodiosa, solo susurros y silbidos proferidos por las hojas con el viento. Las niñas se detuvieron frente a un gran arbusto, repitieron unas palabras secretas y luego fueron tragadas por el matorral. Decidí hacer lo mismo para ver si corría con la misma suerte, pero al estar frente al arbusto tuve miedo y di dos pasos hacia atrás, escuchándose un relinchido de mi tobillo izquierdo como último sonido.

Con seguridad volví a intentarlo y dije las palabras secretas, y fue en ese instante; un momento muy tétrico, en que el arbusto se levantó para abalanzarse y tragarme. Entré a un túnel angosto de hojas picosas y ramas hostiles, hasta que me vi en un suelo floreado, perfumado con hierbas matutinas de romero.

Miré al frente y vislumbré a las dos niñas sonrientes, junto a un pequeño hombrecillo y una dama de cabellos de oro. Los cuatro individuos observaban con detenimiento una pequeña raíz que iba creciendo de manera fantástica. Esa aguja, esa estaquilla pequeña; que poco a poco crecía y se retorcía como una serpiente, brillaba como el diamante al despedir gotas de agua, que eran tan cristalinas como un espejo.

Mis ojos asombrados no pudieron concebir tanta belleza, pues ni en los sueños más hermosos he contemplado algo así. Me detuve entre ideas rojas de ambición sobre obtener esa maravilla, y sobrellevando las dificultades de mi aciago aspecto, pude acercarme para vislumbrar la espiga más de cerca.

Me sentía despojado de mi personalidad, no puedo explicar con certeza lo que me sucedía, pero era extraño. Intenté tomar el reluciente extremo con una mano pero tuve que contenerme, pues los demás presentes me miraban como si fuera un ser despiadado. No duré buen rato inhibido de mis deseos, así que la tomé lo más raudo que pude.

Al tocarla, sentí un sueño abrumante y de nuevo caí. Me sentía aliviado, como acariciado por tersas olas de una suave playa. La mujer de cabellos de oro se acercó a mí y me levantó, y con solo una sonrisa me profirió una verdad desconocida.

Me levanté excitado, feliz por no haber caído en el sueño nuevamente, y vi la espiga en mi mano nuevamente. Pero esta no se desprendía de ella sino que quedó arraigada en mi palma, y gradualmente fue tomando cada extremidad de mi cuerpo. Las dos niñas alegres, el hombrecillo y la mujer de los cabellos dorados me observaban, mientras me convertía con espanto en la nueva estaquilla reluciente para su deleite.