La memoria del corazón
Miró su entorno y casi nada había cambiado: la decoración, más allá de algunos detalles, seguía siendo la misma. Sin cuestionar sus oídos, escuchó que la canción que tantas veces disfrutó en aquel lugar y que sirvió de fondo en cada encuentro comenzó a sonar. También vinieron los olores conocidos, aquellos que al final impregnaban su ropa, su cuerpo, sus dedos, su alma. Apuró la cerveza y pidió la otra.
En un silencio cómplice, el barman entregaba la cerveza y se retiraba. Desde lejos miraba al hombre encorvado y sumergido en una gran tristeza. Su mirada iba de un lado a otro como esperando la llegada de alguien y el barman sabía a quién aguardaba. A pesar del tiempo transcurrido, recordó a su eterna acompañante: la mujer bonita de ojos grandes.
Al filo de la madrugada y luego de infinitas cervezas, el barman se acercó para informarle que ya cerraban y que no siguiera esperando, que ya nadie vendría. El hombre alzó la cabeza y le dijo: "No creo que ella venga, porque de la muerte nadie regresa. En todo caso, es ella la que hoy me espera". Y el hombre puso unos billetes y salió convertido ya en una sombra.