El camino a casa (Relato corto)


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El camino a casa

Hace nuevamente un giro a la derecha. Las calles y los edificios parecen ser todos iguales: el anciano no observa ninguna diferencia. Se pasa la mano por el rostro lleno de arrugas y hay un sudor de miedo entre los pliegues. Su cerebro parece una gran laguna: no recuerda ningún nombre. Mira los números de los edificios y no le dicen nada. Se detiene. Mira de un lado a otro con temor incluso de cruzar la calle. Sus ojos vagan perdidos por la memoria de los años mientras se cierran círculos de sombras y fantasmas que no le dicen nada.

:o-*-o:

Va vestido con un pijama azul y unas pantuflas de terciopelo negro. Es calvo, blanco y alto, y es bueno recordar estas señales en ese transitar anónimo que ha comenzado. Ignorado e invisible para algunos ojos, sigue adelante como si buscara algo, pero no busca nada: sin recuerdos se le ha empequeñecido la vida y todo es más fácil. La memoria es un cuarto invadido de blanco y vacío.

:o-*-o:

A veces hay un alma buena, gracias a los dioses, que lo mira extrañado y le pregunta a dónde se dirige. El anciano no dice nada, balbucea y pone su mirada fija en el horizonte como si desde un punto alguien lo llamara. Entonces esa persona busca entre las ropas del anciano, en su cuerpo, una señal que indique su nombre, procedencia, su hogar, su familia, un retazo de memoria, y siempre la consigue.

:o-*-o:

Pero hoy los dioses se quedaron dormidos y el anciano comienza su camino sin retorno. Nadie lo ve, nadie lo detiene, nadie le pregunta: para dónde va usted, abuelo. Y el anciano camina y no sabe para dónde. Su mirada perdida deambula por recónditos suelos. Es otro más, uno más, en la gran lista de los que viven extraviados, solo arropados por el cielo

HASTA UNA NUEVA OPORTUNIDAD, AMIGOS

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