Memorias de los ochenta. El centro I

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Poro un momento pude pasear por el centro de Málaga surcado de coches y con el olor fuerte a gasoil y aceite de los humos. El olor del tabaco de los numerosos viandantes, prima aun el negro sobre el escaso rubio, no me cabe duda, estamos en los finales de los años ochenta.

En calle calderería había un comercio de relojes, a continuación un ultramarinos con un mostrador largo que partía en dos el espacio y un surtido de maravillas que a día de hoy, por desgracia escasean y son mucho más inencontrables y caras.

En la esquina había una tienda de productos de exportación, recuerdo las botellas de licor chino con su lagarto dentro, la angustiosa morbosidad de acercarme y mirar y ver los bichos en la botella transparente de cristal tallado, los quesos de bola con su papel de celofán rojo y el logotipo del señor con sombrero de copa, las latas de corned beef, la mantequilla de breda, los caramelos de cadbury y las latas de galletas holandesas de sal.

Al doblar la esquina, estaba Mendez Nuñez, Olimpia que aun está donde compraba mi padre los cuadernillos rubio, los de escribir, los de matemáticas, el papel galgo que usaba para los presupuestos de la máquina de escribir, el papel de calco, y los lápices alpino con los que pasaba las horas dibujando mientras mi padre pasaba horas interminables en esa oficina de calle Juan de Padilla.

Esa oficina que estaba encima de lo que fue entre otras cosas el Velvet y el Sonic, que heredaron barriles de lo que fue un restaurante de menús, de currantes, donde me deleitaba con exquisiteces tales como albóndigas con tomate frito y patatas o arroz a la cubana. También probé allí por primera vez la gaseosa con el concentrado de kiwi con al poco tiempo por saturación llegué a aborrecer.

Me gustaba el ascensor que tenía una puerta de esas correderas, cuando las puertas de los ascensores eran simples, y esta era una puerta que tenias que cerrar tu y tenía un ojo de cristal de forma ovalada y vertical. Era muy emocionante, cosas de la edad. Al salir, enfrente, un portal que me encantaba, con un pasillo que se antojaba enorme que daba a otro portal, a través de un pasillo de galerías que desembocaba a la calle de enfrente, todo un mundo, volver por la calle normal hacia la seguridad del portal donde me esperaba mi padre.

En el portal del extremo, había hasta hace pocos años, una hornacina con un busto en homenaje a Picassso, enfrente de un bar, donde tomábamos café y sándwich mixto compartido en plena plaza del Teatro, en un bar que bueno por lo que recuerdo, el camarero que además creo que era el único dueño y casi tertuliano, terminó cerrando a los pocos años, por mala vida o no recuerdo bien. Hacía arriba Proteo, cuando aun estaba diseccionada de Prometeo, un espacio gozoso de literatura y comics infantil y juvenil...

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