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amarga Impotencia

Una de mis tardes de guardia, de esas poco comunes en las que no tenía pacientes en la Unidad de Cuidados Intensivos, me fui al servicio de emergencia a prestar apoyo a mis compañeras, aunque esa área tampoco parecía estar muy movida. Era de esos días que se prestan para ordenar un poco, tomar alguna merienda y conversar.

Estando allí, no pasó más de una hora cuando bruscamente se abre la puerta y lo primero que entran son unos gritos desesperantes. Nos levantamos todas apresuradamente para recibir un paciente que traían en una camilla de ambulancia y lo ubicamos rápidamente en sala de traumashock. Sus oídos sangraban mucho y estaba inconsciente, los paramédicos informaron que era un hombre de 29 años que se había caído de una distancia aproximada de tres pisos en un hotel instalando unas cámaras de seguridad.

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Dejé a mis compañeras en la sala de emergencias recibiendo al paciente y me fui rápidamente a preparar la Unidad de Cuidados Intensivos para ingresarlo. Mientras caminaba apresuradamente por los pasillos llamaba a la medico intensivista de guardia por teléfono para prevenirla. Al llegar el paciente a la unidad lo abordamos de inmediato; Monitorización, vía central, intubación orotraqueal y concentrados globulares para reponer la pérdida masiva de sangre que presentaba desde su llegada a la emergencia.

El panorama no era nada alentador, seguía perdiendo sangre de manera impresionante, sus signos vitales caían en picada. Mientras la doctora realizaba la cateterización de la vía central junto a mi compañera de servicio, yo trataba de detener el sangrado de sus oídos de cualquier manera, colocaba apósitos a presión en la zona sangrante para comprimir y administraba medicamentos antihemorrágicos, no había tiempo que perder.
De pronto su frecuencia cardiaca se mostró en cero ¡había caído en un paro cardiaco!, a lo que la doctora responde con RCP (reanimación cardiopulmonar) ejerciendo presión con sus manos sobre el pecho del hombre mientras le gritaba: ¡Vamos, ayúdanos a salvarte!. 36 minutos duró este procedimiento sin ningún resultado, no queríamos rendirnos así que me dispuse a continuar con las compresiones cardiacas unos 30 minutos más. ¡Fue en vano! Su corazón ya no podía bombear sangre, la hemorragia era incontrolable.

En ese momento me invadió un gran nudo en la garganta, le pedí a la Dra. la hora de fallecimiento y ella no podía creer que no pudimos hacer nada. Llorando me indica la hora para registrarla en la historia médica y luego me dispuse a retirar del paciente todos los métodos invasivos insertados al momento del ingreso.
Me sentí la persona más desdichada del mundo al tener todas las herramientas para salvar una vida y aún así no haber podido lograrlo. La Dra. mi compañera y yo, con lágrimas en los ojos, nos preguntábamos como íbamos a explicarles a los familiares lo ocurrido. En ese momento se acerca el médico residente de la emergencia para decirnos que los familiares estaban afuera esperando una respuesta, sobre todo la esposa del paciente quien además tenía unos 6 meses de embarazo.

Había un escalofriante silencio en el servicio mientras la Dra. se preparaba para darles la noticia a los familiares, toma un vaso de agua, se levanta y sale al pasillo. Mi compañera y yo nos quedamos junto al paciente, paralizadas y con un inmenso sentimiento de impotencia. Pasados unos minutos se escucharon gritos y llanto desconsolado. Habían recibido la devastadora noticia, podría ser la peor noticia de sus vidas y nosotros no pudimos hacer nada para cambiarla. Al momento de pasar a los familiares al servicio a ver al paciente sin vida, ellos lloraban frente a él y nosotras, en un rincón, hacíamos un esfuerzo inútil por contener las lágrimas.
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Esa fue una de las peores guardias que tenido en mi vida. ¿Cómo no vincularme con aquel dolor ajeno? ¿Cómo no sentirme desdichada por no lograr salvar la vida de ese hombre joven y a punto de ser papá?

Se termina la guardia y vuelvo a casa, entro en mi habitación, dejo caer el morral al suelo y rompo en llanto. No lo podía evitar, no podía dejar de pensar que pudo haber sido alguien de mi familia. Pensé en mi novio, recordé que había realizado algunos trabajos en los que corría algún tipo de riesgo y tome el teléfono para llamarlo y asegurarme de que estaba bien.

Pensé entonces que podría ser egoísta pero al menos yo, lo tenía todo y eso me dio fuerzas para dejar ir ese capítulo triste de mi trabajo, pasar la página y volver al día siguiente a cumplir con mi guardia.

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