De sincronicidades y estrategias

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Schiller escribió, adelantándose bastante a Jung, que no existe la casualidad; que aquello que llamamos azar, por no saber por medio de qué leyes se manifiesta, viene de las fuentes más profundas. Nuestra más profunda fuente es ese inconsciente que parece tener vida propia, independiente de nuestros deseos bien educados, y sí, en efecto, posee una voluntad que actúa sin preguntar a nadie, que para eso es ingobernable.

En el mundo junguiano, el espacio y el tiempo están íntimamente ligados a la mente, y las cosas son símbolos, y los símbolos poseen el poder extraordinario de intervenir en la naturaleza física. La relatividad de la relativa madeja relativamente coincidente no es una causa, sino una conjunción sincrónica de azares objetivos, como diría Breton.

El pragmático W. Burroughs supo apreciar el valor de advertir las sincronicidades, para crear una especie de ley de previsiones: lo que ha sucedido, puede volver a suceder, y cuantas más veces suceda, más veces sucederá, como si el universo hubiera pillado cacho con sus fauces y no soltara la yugular del hecho repetido. El hábito es una costumbre, y ya se sabe que las costumbres se hacen leyes.

El autor de El almuerzo desnudo estaba convencido de que si el día comienza mal, el resto será igual o peor, que una catarata de causalidades te irán cayendo encima, en forma de pedrisco enfadado.

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Como yo también soy pragmática (sí, un poco) creo que a la primera señal de que nuestro día toma la deriva del naufragio, debemos asir el volante con fuerza... el timón... y dar un giro que nos haga escapar de ese bucle de todos los demonios. Si al salir de casa un mastodonte de gimnasio te ha dado un empujón y, además, te ha llamado gilipollas que no sabe por dónde anda, deshaz el momentáneo destino sonriendo, por ejemplo, a todo el mundo. Puede que parezcas raro, pero nadie te percibirá como enemigo, no es probable que atraigas la ira de nadie. También funciona hacer como que no escuchas y no ves el peligro que se te avecina, y si no lo ves y no lo oyes, no existe. O si prefieres ser tú quien desaparezca del interés visual de las personas con las que te vayas encontrando, envuélvete imaginariamente de color de rosa, que todo tu cuerpo participe del suave tono que surge al mezclar rojo con blanco, la intensidad la eliges tú.

Yo una vez lo hice, salí de casa dentro de mi nubecita rosa y nada, ni un solo problema osó plantarme cara en la selva urbanita. Iba yo tan contenta, que me entraron ganas de fumar, pero me había dejado el tabaco de liar en casa, así que entré en un estanco. Detrás del mostrador encontré a dos mujeres hablando de sus cosas. Esperé, por educación, pero ni me miraban. Me mosqueé un poco, la verdad, y les dije: “pues nada, cuando acaben su charla, me atienden ustedes, si les sale del coño”, con una ligera mala leche que deshizo la nube rosa rápidamente. Tuve que hacerlo, para que me vieran. ¡Ah, qué extrañas son las fronteras entre los distintos mundos, en las que una misma es la guardiana y la que quiere fugarse!

Braud y Anderson (no sé quienes son, lo siento) afirman que la sincronicidad es "una coincidencia significativa entre un estado interno, usualmente de necesidad, y un evento externo inexplicable que corresponde a/o responde la necesidad", así que está claro que las sincronicidades merecen nuestra atención, por si puedieran convertirse en herramientas de conocimiento. Leamos las señales.

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Fuentes:

http://pijamasurf.com/2014/04/william-burroughs-sobre-la-coincidencias-en-un-universo-magico/

https://www.nylon.com/articles/espanol-libros-gatos-escritores

http://thechive.com/2016/06/17/fk-yeah-friday-40-photos-9/

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