Concurso de literatura La Abeja Obrera | De como fue el comienzo

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Con este relato estoy participando en el concurso La abeja obrera en homenaje al escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias.

De como fue el comienzo

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Esto no era caserío, ni caminos, subimos por los lados del rio Desembocadero, había un camino hacia La Esperanza, eso le decía Bertilio a Crucita, mientras está, atizaba las brasas para cocinar las arepas.

—Yo llegué con mi Taita, veníamos bajando por allá.

Señalaba un cerro que se veía impreciso en el horizonte, el frío que hacía era verraco, al Taita, no le faltaba el miche claro, siempre salía preparado, yo tenía unos 7 años, me vio temblando y me dijo:

—Pruebe, pa’que se caliente.
Me dio un trago, eso me supo a diablo, de bromita no voté lo que me había comido, entonces me dijo:

—Es que eso es para hombres, usted es un sute.

—Por eso me acuerdo, luego vimos esta meseta.

—Esto se ve bonito, mire, no hay que rozar mucho.

—Así es Taita, pero, ¿esto no tiene dueño?

—Qué va m’hijo, no se da cuenta que no hay caminos, nosotros los venimos abriendo.

—Lo que son las cosas del destino Crucita, al otro lado, a unos golpes de vista, estaban también los Rivas, el viejo y sus hijos, por aquellos momentos éramos los únicos habitantes de aquel monte, ahí mismo nos pusimos a limpiar.

—Tenemos que dejar parado algo —dijo el Taita, —ya no estamos solos.

—¿Por qué lo llamaron Los Guamos? —preguntó Crucita.
—Por dos árboles de guama que estaban allí, lleno de flores de orquídeas y de largas barbas, así nació esto.

Bertilio se quedó pensativo, recordando, cuando bajaron de Campo Elías. La vieja, que en paz descanse, le decía al Taita que eso era peligroso, la gente dice cosas y eso que importa, yo lo que quiero son tierras para vivir, sembrar café, hacer un alambique, porque eso daba dinero, el Taita no pudo hacer eso.

—Mamá no tuvo la dicha de conocer estas tierras, cuando mi Taita la fue a buscar la encontró enferma, le había picado la fiebre amarilla, todos rezaban llenos de miedo. Mamá murió y la tuvimos que embojotar muy bien, sellar la urna para evitar que se propagara esa peste.

La enterramos los más allegados y el Comisario, de lejos miraba, para cerciorarse que el cuerpo quedará bien cubierto.

Ahí estábamos el Taita, Josefa, Braulio y yo, esa era la familia, los demás los borró el miedo. Cuando regresamos a la casa, nadie hablaba, nos sentamos allí donde había estado el cajón, recuerdo tres velas encendidas, el resto se había apagado, el Taita se tomaba un trago tras otro sin arrugar la cara, la borrachera se le fue metiendo, las velas se fueron apagando, una primera, otra después, mi hermana que tenía 16 años se levantó y dijo llorando:

—Yo no me quiero ir, yo quiero morirme aquí en este pueblo.

El Taita se levantó y le dijo:

— Sépalo, si usted se queda, no tiene más familia que la que acabamos de enterrar, no tiene Taita, ni hermanos, porque lo que soy yo, no vuelvo a este pueblo.

Ahí se apagó la última vela.

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Las imágenes fueron generadas con la inteligencia artificial VQGAN+CLIP y la edición de separadores usé PhotoScape

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