Hace muchos años, en un pueblito italiano, los novios se veían de lejos. Los muchachos se conformaban viendo pasar a sus novias o mirándolas asomadas a las ventanas porque las familias eran tan celosas que no daban permiso para las visitas hasta que los padres de ambos jóvenes pactaban la unión de estos.
Este era el caso de una joven que tenia siete hermanos muy celosos, quienes, sin embargo, no pudieron controlar su amor. Los domingos iban del campo a la Iglesia y la chica quería verse con el enamorado e ideó una forma de hacerlo. Siempre a mitad de camino del campo al pueblo, les decía que debía hacer una necesidad. Entonces ellos lanzaban piedras a los matorrales, si salía volando algún avecilla era signo de que no había nadie allí y le permitían ir dentro del matorral. La chica se las ingenió para informar de esto a su novio secreto, quien aconsejado por la inteligencia y astucia que da el amor prohibido se ocultaba entre los matorrales llevando consigo una jaulita con un pajarito. Cuando caían las piedritas, soltaba el ave y los hermanos, confiados, dejaban que su hermana entrara al matorral.
Así pudo esta pareja tener muchos encuentros antes que sus padres formalizaran su compromiso. Y pudieron conocerse, conversar, antes de unirse.
Esto pasó porque el amor es una fuerza que nadie puede controlar ni contener. La mayor fuerza del mundo.
