Poco a poco hemos retomado Leticia y yo las clases de pintura, que se vieron interrumpidas durante dos meses por causas ajenas a mi voluntad.
Cuando volvió a mi estudio, estaba emocionada, deseando pintar con muchos colores, así que le di a elegir un motivo de entre montones de fotografías, y eligió, creo que muy acertadamente, una chopera otoñal junto a un río. Parece que se siente cómoda con los paisajes, porque no tienen líneas rectas ni figuras encorsetadas, y le permiten entregarse al placer de mezclar colores y salpicar pinceladas.
Aun así, no contaba con el reto que supone el reflejo de la vegetación en el agua, y le costó un poco plasmar ese vislumbre en el río, pues no es fácil afrontar la representación de ese espejo imperfecto.
Fue muy curioso lo que sucedió durante una de las sesiones: tuvo una llamada telefónica de una de sus tías –una de mis hermanas–, y en vez de dejarla para más tarde, la atendió mientras pintaba, usando el altavoz del móvil. Creía que se distraería y que dejaría de prestar atención al paisaje, pero observé que comenzó a describir en voz alta lo que iba haciendo en cada momento y que esto mejoraba lo que hacía, como si se esforzara por realizar con precisión cada trazo para satisfacer su propia descripción. La sesión de pintura pareció así más corta de lo habitual, y el resultado final, creo que fue más que satisfactorio.
Estoy muy orgullosa de ayudar a Leticia a desarrollar su sensibilidad y su capacidad innata para pintar, y espero que esta simbiosis continúe afianzándose.