Hay algo en la historia neo-testamentaria de Pentecostés, que anima, de alguna manera, a mantener la esperanza de alcanzar un día esa metafórica y escurridiza ave migratoria, que es la Sabiduría.
Los artistas occidentales, que en algún momento determinado de la Historia perdieron en parte la gracia de la poesía, siempre fueron muy literales en sus interpretaciones, como demuestra la obra de Pedro de Campaña (siglo XV), que expongo aquí como vínculo para la reflexión.
Formando parte de la inconmensurable colección de tesoros que alberga una de las más extraordinarias catedrales españolas, la de Burgos, en la obra de éste artista vemos como los apóstoles, arrobados estrechamente alrededor de la figura central de una Virgen que viste el hábito teresiano, reciben el don de la sabiduría, que no es otra cosa que el conocimiento, en forma de llamitas de fuego que danzan sobre ese lugar donde, por ejemplo, los antiguos celtas consideraban que habitaba el alma: la cabeza.
Y de alguna manera, ver ésta imagen de cándido éxtasis, me recuerda las sofisticadas operaciones orientales de apertura del Tercer Ojo, descritas por un polémico autor, Lobsang Rampa, que causaron conmoción, al menos en aquélla España de los años setenta, que comenzaba a sacudirse tímidamente el yugo de la censura, comenzando a vislumbra, también, la importancia que este acontecimiento tuvo en el desarrollo de aquéllas herméticas sagas medievales, donde el rey Arturo y sus nobles caballeros, comenzaban las extraordinarias y crípticas aventuras de la búsqueda del Santo Grial, a partir de una fecha muy determinada: Pentecostés.
Quizás sea necesario, en la turbulenta época en la que vivimos, recuperar parte de ese espíritu medieval que nos iluminó en el pasado y elevar los ojos al cielo, reclamando nuestro derecho a una nueva oportunidad, que nos haga, si no más sabios, al menos sí más conscientes de nuestro verdadero papel en este mundo.
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