Sortilegio

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Al amanecer, cuando las aceras abrevan con gratitud esas alegres lágrimas de ninfa que brotan alegremente de las mangueras de los barrenderos del turno de mañana y los primeros rayos del sol, bostezando al nuevo día, espían con vehemencia las insondables intimidades de esos ancestrales palacetes que esconden mil y un secretos que la Historia nunca conocerá, Madrid parece una ciudad encantada, que comienza a sacudirse de encima las resacas y pesadillas de la noche.

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Es en esos momentos, cuando los semáforos todavía no sienten el temor a las avalanchas de un tráfico que no tardará en volverse infernal y en los vagones de Metro y en los autobuses, los ciudadanos sienten que todavía sus almas pertenecen a las maquinaciones de la noche, cuando Madrid muestra, a quien sepa mirarla con el aprecio que verdaderamente se merece, esa misma carita de gitana que dicen las malas lenguas que muestra también la Luna, cuando se quiere dejar cortejar.

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Breve, no obstante, el sortilegio es como la vida de una flor: efímero, pero lo suficientemente poderoso como para enamorar a cualquier corazón tendido al sol.

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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

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