Dicen que los que abandonamos este plano de existencia de forma violenta, sin haber completado esas cuestiones trascendentales que la Divina Causalidad nos había encomendado, en ese momento sublime del parto en el que nos incorporamos al Mundo de la Forma, según Platón, erramos como almas en pena, atrapados sin remisión en ese mismo laberinto que fue piedra para nuestro zapato, metafóricamente hablando.
Y es verdad: ahora que lo veo, con la cara lavada y reconvertido en una elegante Galería Comercial, pienso que la Fortuna, como el ambivalente dios romano Jano, tiene siempre dos caras: la de unos, que entran ahora alegremente y por su propia voluntad y la de aquellos otros, que entraron a la fuerza y no volvieron a salir jamás.
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