Cuando Tom Sawyer conoció a Huckelberry Finn

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Hay lugares, que por una extraña conjunción de factores a simple vista inexplicables, atrapan la imaginación, enredándola irremisiblemente en esa metafórica tela de araña, que son siempre las hipotéticas comparaciones.

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El gran hermeneuta rumano, Mircea Eliade, hablaba, en una de sus obras, poco o nada conocida por el público en general, más presto, posiblemente, a la lectura y estudio de sus soberbios ensayos (1), de ese lugar, sagrado y unipersonal, en el que una persona podía estar a salvo con sus ensoñaciones, lejos de la influencia del mundo exterior, al que denominó como ‘habitación sâmbo’, término éste último, que posiblemente adoptara después de su permanencia en los lugares más místicos de la India.

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Yo pretendo ir más allá del reducido espacio que suponen las cuatro paredes de una habitación y ver, en ciertos lugares, una especie de estación de tránsito, donde la imaginación descansa de su eterno viaje por la ordinariez y quema toxinas psíquicas antes de volver a embarcarse hacia su destino en el mundo de lo cotidiano.

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Bajo ese punto de vista, eminentemente personal, con el que no tienen por qué estar de acuerdo, sin decir cómo, dónde o por qué, tal y como Cervantes hizo con aquél lugar de la Mancha, del que sus razones tendría también para no querer acordarse, cada vez que paseo por éste apartado lugar de mi ciudad de origen –los que me conocen, ya saben de qué ciudad hablo y para los que no, les diré simplemente que se trata de la capital de España- me viene a la mente ese sur de los Estados Unidos, profundo y mal herido, pero tremendamente pintoresco y anegado por los profundos cantos de la esclavitud a todo lo largo y ancho de un río, el Mississippi, cómplice de los lujosos casinos que caracterizaban a esos hoteles flotantes que eran los barcos de vapor, donde posiblemente los miserables de Víctor Hugo, se transformaban en los inolvidables golfillos de lo más granado de la Literatura norteamericana.

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Y es, precisamente, en estos escenarios, miméticamente similares, donde los juncos elevan su melancólica canción a la vera de unas riberas sacralizadas por la mortecina luz de las lámparas de aceite de unas miserables casuchas de madera y embarcaderos mellados por la acción del tiempo y la erosión, donde quiero imaginarme siempre, que dos púberes inquietos, Tom Sawyer y Huckelberry Finn se conocieron, iniciando, que realmente no es poco, su iniciación a una vida sin duda plagada de aventuras, tal y como nos enseñado siempre los grandes mitos.

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Referencias:
(1) Referencia a la novela titulada ‘La noche de San Juan’.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

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