La supervivencia del ser humano, en parte, se ha basado en la alimentación y, mediante este tipo de actividades que se involucran dentro de la sociedad, no es difícil pensar que la gastronomía se expresa por si misma según la cultura, convirtiéndose en una herramienta muy poderosa de comunicación, manifestándose a través de la religiosidad, de ritos y tradiciones de muchos pueblos, siendo sellos de identidad local.
Hoy, gracias a la globalización, una gran diversidad de productos y preparaciones son consumidas con frecuencia en muchos lugares del mundo. Es un proceso de comunicación sinónimo de compartir y de intercambio entre sociedades. Estas relaciones manifiestan los aportes de los pueblos que se preservan como ícono espontáneos de un lugar. Por lo que, se ha desarrollado un sistema global dentro del arte culinario, haciéndonos sentir seres del mundo y, cada vez más desdoblando nuestro sentido propio de localidad hacia el mundo. Si podemos llegar a experimentar estas cosas a través de la gastronomía, qué podemos decir de los que han migrado y viajando con alta frecuencia.
En este sentido, muchos platos típicos de muchas regiones han perdido su localidad para migrar a otros mercado en el mundo. Sin duda, esto eleva el pensamiento, considero, porque de alguna forma se absorben los valores culturales de su origen, tomando en cuenta que en muchas zonas se personalizan las preparaciones y la alimentación de acuerdo a los recursos manifestados en el lugar. Sin embargo, nos toca siempre elegir lo que comemos y cómo lo hacemos, depende mucho de como nos relacionemos con nuestro entorno y de la filosofía propia.
Lo que comemos es vida, es un placer y una experiencia particular, que a veces lo hacemos aburrido por lo rutinario. Ese encuentro con la alimentación propia, no impuesta, agradeciendo cada bocado, se vuelve algo espiritual y de salud emocional. Y así como lo consumimos se transforma dentro de nosotros como energía de vida.
