La sociedad nos envuelve y condena al diferente y talentoso, a tal punto que sobresalir se vuelve una lucha titánica. El miedo a no encajar dentro de lo establecido será una constante, sin embargo, existen quienes afrontan ese temor y se liberan de manera salvaje. Aceptando lo que somos y tratar de desenvolvernos en nuestro entorno, genera, de alguna u otra manera, cierta vulnerabilidad. Exponernos de esa forma, quedamos a la expectativa de la gente, y nos convierte en un foco de interés para muchos.
La determinación que podamos tener en la vida es solo un termómetro para medir nuestra autoestima y confianza propia. En ocasiones pretendemos ser valorados por la gente, y solo gastamos energía esperando a que eso suceda, y sencillamente no avanzamos en nuestro propósito. Siendo parte de la sociedad, también contribuimos al progreso o retraso, todo dependerá de nuestra conducta, que tanto aportemos desde lo que hacemos y expresemos sin miedo.
Según la perspectiva que tengamos, podemos optar por anhelar lo ajeno, inoculando la envidia en el ser, o por el contrario, nos hace valorar lo que se posee y luchemos por lo que queremos. Somos más de lo que tenemos, no somos lo que tenemos, nuestra personalidad no se basa en ello. No podemos medirnos ante la sociedad por si se tiene más o menos que los demás. Los pensamientos diarios se vuelven un hábito, y caer en la inferioridad, ni siquiera nos permite disfrutar las alegrías ajenas, reduciendo el desarrollo de afecto hacia otros.
Dejarse perturbar por lo que opine la gente mientras revelamos lo que somos realmente, hace que no evolucionemos internamente. Esa evolución es invisible a los ojos, sin embargo, permanecerá en nosotros mientras nos eduquemos a ello. Destacar y sobresalir dentro de nuestro entorno social no debe ser satanizado. Debemos aprender a admirar y resaltar el éxito de los demás para atraerlo hacia nosotros. Así es posible tener el control y abrirnos al mundo.
Estas imágenes fueron captadas con una cámara reflex Canon EOS 700D.