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SENTENCIA INELUDIBLE. (Relato Breve)


Barriada de Caracas

Imagen tomada de Pixabay.com

No quería. Ella no quería.
Apenas tenía catorce, aunque su cuerpo aparentase otros años, otras experiencias.
Ella no quería. Se lo dijo a su madre, a su padre, a su hermano. Incluso intentó explicárselo al corroncho, pero él se había obsesionado con ella.
—Feliz tendrías que estar de que te haga mi mujer — espetó el corroncho el día que fue a buscarla.
—Solo tengo catorce —pensó ella—. Quiero estudiar, quiero salir de este barrio.
—No lo hagas más difícil, nena —le dijo su padre entre dientes, con la pesadumbre reflejada en aquella mirada que ella tanto había admirado siempre.
El dolor la sacó de sus recuerdos. Doblada apretándose la tripa, intentaba no gritar; mientras el jeep iba dando bandazos de un lado a otro.
Los frenos no se hicieron esperar. Ella, como pudo se aferró al asiento para no irse de bruces.
Su hermano se bajó corriendo sin dar tiempo a que le dijesen nada más.
Su madre la miraba preocupada, su padre aferraba el volante con ambas manos.
Ella sudaba copiosamente; un grito desgarrador rompió el silencio.
Su hermano atravesaba la puerta de emergencia del cuarto hospital donde le negaban el ingreso; el grito le puso la carne de gallina, sabía que era Estela. Dio media vuelta y echó a correr dentro del hospital. Desesperado pedía ayuda. Su hermana estaba pariendo dentro del jeep, no le cabía duda.
Una enfermera vio su desesperación y salió corriendo con él.
Juan abrió la puerta trasera del jeep.
Estela yacía entre los brazos de su madre, quien intentaba calmarla.
—Me voy a morir, mamá; ya no aguanto más… ayúdame —lloraba Estela.
La enfermera palideció al ver a aquella jovencita; su rostro, brillante y con aquella mueca del dolor que estaba padeciendo, mostraba que no podía tener más de quince años.
—ayúdame a quitarle esos pantalones —dijo la enfermera a Juan.
Juan asintió sin perder tiempo.
La enfermera se asomó entre las piernas de Estela. La coronilla del bebé asomaba ya; demasiado tarde para ir a ningún otro lado.
—volveré enseguida —dijo al joven que la miraba con angustia—. Señora, apóyese en la puerta, sosténgala semi sentada. —ordenó la mujer mientras la madre de Estela obedecía sin rechistar.
La enfermera salió corriendo.
Minutos después, la misma mujer asistía el parto de Estela con directrices de un residente del postgrado de obstetricia.
—Es un varón —anunció el médico varias horas después, sosteniendo al bebé cabeza abajo, mientras le nalgueaba para hacerle reaccionar.
Estela estaba exhausta; el médico dejó al niño en su regazo, pero ella apenas si reaccionó.
A la enfermera no le sorprendió aquella actitud. Había visto a tantas adolescentes parir y luego desentenderse.
Mientras pensaba en la chica y aquel bebé, la enfermera regresaba junto al médico al interior de la emergencia.
Ambos se giraron un instante para ver al jeep abandonar el estacionamiento.
—Deberíamos sentirnos satisfechos, ¿no? —murmuró el médico.
La enfermera asintió de forma casi imperceptible. En el fondo ambos sabían que ahora es que empezaría su calvario; salvarse de no morir en un parto siendo adolescente era de agradecer; pero, ¿podría sobrevivir al hambre, la violencia y la miseria?
el sol asomaba tras la cortina desvencijada. Estela, se asomó por la ventana. La vista de los ranchos del barrio volvía a darle los buenos días.


Pie de bebé envuelto en mantita

Imagen tomada de Pixabay.com

Se giró y vio aquel pequeño bulto entre las mantas. Bajó la mirada y vio que sus pechos seguían sin poder ofrecer nada.
Varios golpes sonaron con fuerza. Estela no quiso salir de la habitación. Juan se puso en pie y salió a la pequeña salita comedor, donde gritos y palabrotas iban y venían.
Estela cogió al niño en brazos, este comenzó a llorar inquieto, llevándose el pequeño puñito a la boca, chupándolo con avidez.
Un par de disparos sobresaltaron al barrio entero.
Estela no quiso salir, el miedo le atenazaba por dentro.
Minutos más tarde, el ruido en aquella casa era ensordecedor.
—¡Mataron al corroncho!, ¡Mataron al corroncho! —gritaban los vecinos, presos de la euforia.
Entre varios arrastraron al cadáver fuera de la casa dejando un rastro de sangre tras ellos.
La madre de Estela lloraba abrazada a su marido, mientras éste parecía hablarle a su hijo con la mirada.
Juan tragó grueso.
Pálido como estaba, asintió a su padre y regresó a la habitación. Tenía las chancletas llenas de sangre; sus huellas quedaban impresas en aquel suelo de tierra.
Estela alzó la mirada y no necesitó explicaciones.
Fuera del rancho, los gritos iban en aumento.
—Me tengo que ir —murmuró Juan.
Estela asintió en silencio. Dejó al niño sobre el colchón y comenzó a armar un bulto con lo indispensable.
—Te acompañaré hasta el metro —murmuró estela, dejando el bulto en las piernas de Juan y cogiendo al bebé entre sus brazos.
—Está bien.
Ambos salieron casi en silencio, aprovechando el alborozo del barrio.
Estela suspiró de pie en el andén, mientras el vagón cerraba sus puertas y su hermano la miraba con resignación.
—estamos muertos —pensó Estela, mientras apretaba aquel bultito contra su pecho.
Tres trenes después, Estela subía al vagón preferencial en dirección contraria.


Periódico con titulares

Imagen tomada de Pixabay.com

Al día siguiente, en los titulares de la prensa nacional se podía leer:

  • En la autopista que atraviesa la ciudad de oeste a este, fue hallado el cadáver de un joven de aproximadamente 20 años con un tiro en la nuca, atado de pies y manos. Aún se desconoce la identidad de la víctima.
  • Abandonado recién nacido en un vagón del metro de la ciudad. El recién nacido fue detectado por personal de seguridad de la estación.
  • Muere familia víctima de un incendio voraz que arrasó con su vivienda. Se presume que el incendio ha sido provocado y que el móvil es el ajuste de cuentas.

La mujer dobló el periódico y lo dejó sobre la mesa. El llanto de varios niños pequeños la hizo salir de su letargo.
Se puso de pie y se acercó a la encimera. Una chica se acercaba para coger tres biberones más.
La mujer le puso la mano en el hombro.
—Descansa, ya voy yo —dijo con una sonrisa.
La chica suspiró agradecida.
La mujer se encargó de alimentar a los bebés más pequeños, incluyendo el nuevo que habían recibido aquella noche.
Volvió a la cocina a por un café; la chica leía el periódico.
La mujer se sentó frente a ella, mientras bebía el café, despacio.
—Ya ha salido en las noticias de hoy —comentó la chica, doblando de nuevo el periódico.
La mujer asintió.
La chica miró hacia la habitación de los niños; luego miró a la mujer.
—¿Crees que sobrevivirán? Con el de anoche ya tenemos quince —anunció la chica, con la duda reflejada en el rostro.
La mujer dejó la taza en la mesa y le cogió la mano con fuerza.
—Eso espero; hacemos cuanto podemos —comentó la mujer sonriendo, para infundirle ánimos a la chica.
La puerta sonó con fuerza.
La mujer y la chica se acercaron a ver quién era.
—Menos mal las agarro antes de que se fuera alguna —dijo un hombre entrado en años.
—buenos días, Vicente. ¿qué te trae por aquí a estas horas? —preguntó la mujer, abriendo más la puerta.
—Traigo comida y pañales. No es mucho, pero cada quien ha puesto algo de su bolsa para los niños —dijo el hombre agachándose para levantar una caja.
Las mujeres sonrieron, dejando pasar al hombre.
—Fuera hay otra caja con ropita y cosas de esas que usan para los bebés —explicó el hombre.
—Deme que llevo yo esta caja, señor Vicente —comentó la chica, mientras la mujer le llevaba hacia la cocina y le servía una taza de café.
Media hora después, el hombre se marchaba; la chica ya se había puesto el uniforme del liceo.
—Hoy tengo clase todo el día —soltó en voz alta, cogiendo las llaves y saliendo a toda prisa.
La mujer sonrió, su hija iba siempre tan apresurada —pensó—. Al verla coger el jeep de bajada, soltó la cortina; giró para asomarse a las cunitas improvisadas y como siempre, agradeció otro día más de vida.

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¡Nos leemos en la próxima historia!