Bernard Madoff o el Prometeo Postmoderno

(13 de Mayo del 2011)


New York Magazine, Marzo 2009.



I


Antecedentes:


1) Dios ha muerto.

2) Me cago en el orden del mundo. Estoy perdido. (1)

3) Algo me hace pensar en el materialismo dialéctico… Hace algo de mí: el yo mesiánico.


II


Historia:


Madoff era un hombre especial. Se tiró tres veces a la misma mujer, en acto copulativo ininterrumpido, argumentando tristeza y pena. Domesticó las penas a fuerza de penetración, y la tristeza suplantando los sexos. Era un hombre que tomaba todo solo de todos (2), por el bien de todos. Entonces, rompiendo la brutal monotonía de los héroes de tragedia, crea su destino y muere.

Su vida transcurre entre la opulencia y el éxtasis sensual de la clase aristocrática. Sin degenerar en la zoofilia, el culto a los muertos o la pederastia, conoce las profundidades del alma y aprende a dominar su cuerpo. Hace, de las mancebas, doncellas; de las doncellas, hijas de la mancebía; creando de esta manera la mujer perfecta, la virgen puta. Y de esta manera, ya desde su juventud, va formando el esqueleto de su tragedia, ejemplar desde sus raíces. No se puede evitar observar la curiosa analogía cabalística de su desgracia: esa misma mujer, que a la postre habría de firmar la sentencia –más a la fuerza que de ganas–, representación universal de las fuerzas complementarias, perfección infértil, era el tres unívoco y sagrado de todo el drama. Y Madoff no sólo lo sabía, sino que había lanzado el melodioso conjuro que desde su consciencia iba gestando la revolución del ser, del espíritu corrompido. “El circo de las bestias” (3), diría él, colmado del placer de su representación, ya en el vértice de su drama.

Lector apasionado de Hölderlin, predecesor obvio de Nietzsche, amante ejemplar, de vicios exagerados, hombre de inmensa sensibilidad y cultura, se inventa el sentido de su existencia entre la sociedad y lo regala al mundo en forma de sacrificio, superando por mucho a las víctimas de los más trágicos poetas. Entonces, como el más grande Zaratustra, madura; su prédica consiste en un instante –un minuto es una eternidad (4)–: seduce a la puta, viola a la virgen, emancipa a la mujer; fluye el menstruo de la ménade y se vierte en la copa; la bebe, el colmo de la masturbación, muere; el pueblo clama la sangre, devora las carnes, redime, anarquiza, lucha por la catarsis; ruedan cabezas en la guillotina, gritan, furor de bestias y monstruos. Entonces, entre los restos del protagonista, únicamente camina, desconcertada, envuelta entre un mar de sangre y angustia, el cáncer de mama, la esterilidad, la tragedia, la comunión. Sólo así se ha dado la redención. La libertad, como la serpiente, muda sus vestiduras gastadas de invierno (5). La eterna comunión entre lo aórgico y orgánico. El triste, lento y patético Eterno Retorno.

Madoff era un genio, pero su ambición llegó muy lejos; quizá nunca nadie le corresponda: suplantó, con delicada y sutil perfección, el drama del escogido, del siervo del pueblo, del hijo del mundo. No era sólo el panfleto que exalta las sangres; era la sangre misma, estéril, perfecta, vertida sobre la copa. Representó la realidad de un devenir bolsa-dinero-piramide que lo mismo sucede en el BoJ que en FMI o la FED, y representó el drama como buen judío que es.

Ahora él, devenir Madoff/Valmont sueña lo que sueña Merteueil/Mujer-manceba acerca del espejo de una América rancia, podrida, espejo onírico del devinir de las clases entre las clases:

“A cuatro días de París hay un agujero de fango, propiedad de mi familia, donde los pechos y las extremidades forman una cadena humana, alineada como las cuentas de un collar en torno a un nombre accidental, donado por el sucio bisabuelo de un rey pestilente. Allí habita una criatura entre el hombre y el animal. Espero no verla en esta vida, ni en la próxima si es que existe. La sola idea de su hedor me pone los pelos de punta. Mis espejos sudan sangre; pero esto no empaña mi imagen; me río del sufrimiento ajeno como todo animal provisto de razón; sin embargo, a veces sueño que la imagen sale del espejo con los pies cubiertos de estiércol, sin rostro, aunque puedo distinguir las manos, las garras, las pezuñas que desgarran la seda de mis muslo y me la arrojan en la cara como un puñado de tierra sobre un ataúd; tal vez la violencia ceda la llave para abrir mi corazón.” (6)

Y a milenios, esperando con saña, el canto de Wall Street retumba como el canto de la Margarita de Fausto (7). “Cuando avance por vuestras alcobas con cuchillos de carniceros sabréis…” (8) (que no fue él, son todos los que viven ese mundo…)




 

1 Fragmento del ensayo Fatzer + Keuner, de Heiner Müller.

2 Fragmento de la obra de teatro La máquina Hamlet, de Heiner Müller.

3 Fragmento de la obra de teatro Cuarteto, de Heiner Müller.

4 Ibídem.

6 Fragmento del poema Hellas de Percy Bysshe Shelley

6 Cuarteto. Heiner Müller, 1981

7 ¡Oh la puta de mi madre/ que a mí la muerte me dio,/ y el hijo de puta de mi padre/ e mi esperanza se comió!/ ¡Mi hermanito, masturbolo,/ mis huesos después echó/ en este gélido lugar, por ar a Margarita/ y en un lindo angelito me convertí!/ ¡Y a volar!” JOHANN W. GOETHE, Fausto, primera parte, acto único, escena XXV, versión gore.

8 Hamletmaschine. Heiner Müller, 1977.



Federico Villagomez, Abril del 2013

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