Otro día más | Relato

“¿Cree usted que yo cuento los días?
Únicamente queda un día, uno que siempre se repite.
Se nos da al amanecer y se nos quita al atardecer.”

Jean-Paul Sartre

"Alzheimer" por Germán Piqueras

Cayó la noche y volvió al cuarto que arrendaba en uno de los suburbios del oeste de la ciudad. Había estado caminando sin rumbo fijo, para distraer su mente y ahogar el dolor que lo embargaba.

La suerte y bienaventuranza que un día lo acompañó, hacía rato que se había marchado de su lado, y ahora se encontraba solo e inmerso en una rutina que lo asfixiaba.

Cinco esposas y trece hijos habían pasado por su haber. Había ejercido cargos importantes y había tenido éxito en los negocios; había ganado buena cantidad de dinero para vivir holgada y satisfactoriamente lo que le quedara de vida; pero, el exceso de confianza lo había dejado en la ruina, abandonado por sus mujeres y olvidado por sus hijos. Incluso, las amistades que otrora lo acompañaran en la abundancia también habían desaparecido.

El tiempo le había arrebatado todo lo que había construido y en lo que había creído, y ahora se sentía viejo y agotado.

No hay nada más terrible que perder el piso sobre el cual se ha estado firme toda la vida, y sentirse en el vacío, en caída libre, sin terminar de tocar fondo; y peor aún, a una edad avanzada cuando ya no hay tiempo ni energía para comenzar de nuevo.

Se sentó en su cama con los hombros caídos, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, pues el mayor de sus hijos acababa de morir en el extranjero, y no tenía como ir a darle el último adiós.

Repetía en su cabeza con profunda tristeza: “la naturaleza dicta que los hijos entierren a los padres y no al contrario”, pero en este caso ni siquiera él podía enterrar a su primogénito, considerando la distancia y la carencia de recursos económicos.

Lloró amargamente y quiso pedirle a Dios que acortara sus días, pero recordó que no creía en la existencia de un dios que solucionase los vanos problemas de los mortales, así que –con resignación– se acostó y cerró los ojos, deseando profundamente no despertar.

Pero irremediablemente, despertó al día siguiente como todos los días. Otro día más en la rutinaria vida de un hombre agotado.

La vida dura exactamente el tiempo que necesitamos para aprender, crecer y evolucionar; y evidentemente, a él todavía le faltaba camino por recorrer.

--Texto de mi autoría E.Rivera--

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